En el verano de 1985, el submarino S-62 Tonina terminaba su puesta a punto tras la gran carena, atracado al muelle de armamento de la empresa nacional Bazán de Cartagena.
HISTORIA DE LAS MASCOTAS DE LA SERIE 60
En el verano de 1985, el submarino S-62 Tonina terminaba su puesta a punto tras la gran carena, atracado al muelle de armamento de la empresa nacional Bazán de Cartagena. Tras unos cuantos meses con el buque inmovilizado, el ritmo de trabajo ahora era muy intenso, tanto por parte de la factoría, que debía cumplir los plazos de entrega previstos, como por parte de la dotación, que tenía asimismo que terminar de alistar los destinos para el inminente comienzo de las pruebas de mar. Durante esas obras de gran carena (la segunda que se le realizaba al buque desde su entrada en servicio) y que estaban a punto de llegar a su fin, el sistema de armas del Tonina había sufrido una importante modificación, como el año anterior lo había sido en el del cabeza de serie Delfín, reforma que les habilitaba para poder lanzar torpedos filogiados F-17, que hasta ese momento eran de uso exclusivo de la serie 70. Entre otras varias modificaciones, ésa en concreto llevaba consigo implícita la sustitución del sonar de proa DUUA-1 por el modelo DUUA-2 A. El nuevo sonar utiliza un domo (cariñosamente llamado “nariz” por los submarinistas), mucho más voluminoso que el anterior, y su montaje supuso cambiar bastante el aspecto externo del buque, que pasaba de tener una proa discreta a tener una gran “protuberancia”, digna de haber sido incluida por don Francisco de Quevedo y Villegas, el inmortal genio de las letras españolas del siglo de oro, como una estrofa más de su mundialmente famoso soneto titulado “A una nariz”, cuando, entre desaforadas comparaciones, decía aquello de “Érase una nariz superlativa...”. Dado que la nueva “nariz” estuvo varios días en el muelle esperando el momento de ser instalada a bordo, y puesto que aun estaba sin pintar de negro como el resto del casco, a veces era utilizada como improvisada pizarra, sobre la que se sacaba alguna que otra sencilla cuenta matemática con algún trozo de yeso blanco que, a modo de tiza, era fácil encontrar por el suelo. La cosa no pasaba de ahí, cuando un buen día a un miembro de la dotación se le ocurrió pintar, para matar el rato tal vez, un “popeye” que entre sus manos sostenía un buque de superficie partido en dos, y de un tamaño que ocupaba más de la mitad de la altura total del domo.
Por descontado que el yeso con el que fue pintado se borraba en cuestión de segundos con la simple pasada de un trapo húmedo, pero he aquí que de pronto se presento en el portalón el señor comandante que, acompañado por el segundo, decidió hacer una improvisada visita a bordo para comprobar in situ el estado de obra en que se encontraba su submarino. Tal fue lo improvisto de la visita que no dio tiempo a “borrar sin dejar huella” el “popeye” en cuestión. Como el domo estaba en las inmediaciones del portalón y el comandante llegó en coche justo hasta él, se puede afirmar que lo vio incluso antes de bajarse del vehículo. En ese momento, los presentes, pensaron que al comandante le iba a hacer muy poca gracia ver que alguien había desaprovechado el tiempo en hacer un dibujo en el domo, en vez de dedicarlo a terminar de alistar su destino. Pero nada más lejos de la realidad, pues no solo no le disgusto, sino que le encantó la idea de llevar un dibujo pintado, a modo de mascota, en esa nueva nariz que las nuevas tecnologías obligaban a dotar a los Daphne españoles. Los submarinos alemanes, por ejemplo, a partir de la segunda guerra mundial comenzaron a lucir dibujos informales pintados en la vela a modo de mascota, algunos de los cuales se llegaron a hacer mundialmente famosos como “el toro de scapa flow” pintado sobre la vela del U-47, tradición que aún mantienen; pero en los submarinos españoles no había precedente alguno, si exceptuamos unas caricaturas que lucieron alguna vez en la tortea los cuatro submarinos de asalto, y al último Guppy incorporado a nuestra Armada procedente de la ayuda americana, el USS Jallao, rebautizado Narciso Monturiol (S-35), que llevaba también un toro en los alerones del puente, con el lema, taurino por supuesto, de “no hay quinto malo”, en clara alusión al numero de orden dentro de su serie. Volviendo al hilo de la cuestión, y una vez que el comandante decidió automáticamente adoptarlo como emblema, dictó, sobre la marcha, una serie de normas a seguir. Estas eran muy simples: puesto que la primera salida a la mar era inminente, debía guardarse el secreto para que no se “corriera la voz” entre el resto de la flotilla, para que ningún otro submarino se adelantara a pintar nada parecido y, de ese modo, cuando el buque saliera el primer día a pruebas, como quiere que sea que al regreso de la mar ya se atracaba en la base, sirviera de novedad. Otra cosa que decidió fue el pintarlo en un color que, si bien lo diferenciara del casco para hacerlo visible, evidentemente no debía destacar demasiado, por lo que se optó por el “rojo señales” como el más idóneo. Pues “dicho y hecho”. A los pocos días, en el muelle el domo fue pintado de negro, y sobre él, la nueva mascota. Se instaló seguidamente a bordo, y el Tonina, tal y como estaba previsto, se echó a la mar para efectuar su primera salida en pruebas.
Cuando regresó a puerto(había salido a la mar desde el muelle de Bazán), atracó en la fosa de poniente de la base de submarinos por primera vez en muchos meses. Al día siguiente, que no salió a la mar, toda la base “desfiló” frente al Tonina para verle con su nuevo aspecto, con comentarios para todos los gustos, como era de suponer. Durante los meses siguientes, el Tonina siguió ostentado en solitario su mascota, hasta que terminaron las pruebas de mar y vino la primera navegación larga. Al regreso de la misma, al llegar a Cartagena, se encontró con que su hermano mayor, el S-61, había pintado un simpático delfín, puesto que así se llama el submarino, en el mismo sitio, con lo que parecía que la normativa se iba a generalizar. Por aquel entonces, el S-63 Marsopa, que aún conservaba su aspecto externo original, se hallaba sometido a obras de gran carena, de las que saldría a los pocos meses con el nuevo aspecto que le daba la reforma del sonar proel ; y cual seria la sorpresa que cuando salió del astillero lo hizo luciendo también un dibujo en la proa, concretamente un “penitente” de Semana Santa, que ocupaba casi toda la altura total del domo, con lo que se aliaba con sus dos hermanos mayores en cuanto al pintado de una mascota se refiere. Cuando todo hacia indicar que el S-64 Narval, próximo también a entrar en gran carena, iba a seguir la tradición recién instaurada, ocurrieron una serie de circunstancias que acabaron con ella. Si hasta ahora hemos visto como y porque “nacieron”, tras una vida efímera, vamos a ver como y por que “murieron”. En toda la zona del levante español, es costumbre de conocer las cien primeras terminaciones de las rifas con el nombre de un objeto a modo de apodo o mote, tradición que en el caso de Cartagena se encuentra muy arraigada. Como sea que el numero 61 es “la pipa”, a alguien del delfín se le ocurrió la idea de añadir en el hocico del cetáceo pintado en la proa una pipa, pensando que iba a resultar más gracioso, y así se izo.
Por las mismas fechas, el Delfín cambió de comandante, y resulta que el que vino a tomar el mando era un empedernido fumador, pero no de cigarrillos sino precisamente de tabaco de pipa, con lo que no se separaba ni un momento de su “cachimba”. Aunque nada tenía que ver el vicio del comandante con el objeto recién incorporado al dibujo de la proa, el caso es que no parece ser que la coincidencia le hiciera demasiada gracia , de modo que al poco de haber tomado el mando ordenó borrarlo, pero no sólo la pipa, para no dar a entender que ese era el motivo, sino también el delfín. Esta medida no fue del agrado de la dotación, que ya se había encariñado con su mascota y acostumbrado a verla, pero era una cosa informal y tampoco estaba estipulado nada al respecto ni a favor ni en contra, al igual que en su día se autorizo pintar, ahora se mando borrar. Unas fechas después, el “penitente” del Marsopa seguiría los pasos del Delfín, con lo que volvía a estar en la flotilla sólo el Tonina con su “popeye”, que estaba claro tenía los días contados dado el precedente de sus otros dos hermanos mayores. Efectivamente, así habría de ser, pues un buen día, poco después, el contramaestre recibió la orden de borrarlo. Unos cuantos brochazos de pintura negra dados minutos después para ejecutar la orden, vinieron a poner fin a las singladuras del “popeye” que había ejercido de simpático “mascaron de proa” durante unos cuantos meses. Al poco, el S-64 Narval, último de la serie, salía de grada de efectuar carenaje luciendo también su nuevo aspecto externo, pero nunca se llego a pintar ningún objeto, entre otras razones porque los tres submarinos que le habían procedido ya hacía algún tiempo que habían hecho desaparecer los suyos. De no haberse mandado borrar paulatinamente, es de suponer que el Narval se hubiese sumado a la iniciativa, pero no se le dio opción. Y este es el breve relato de los dibujos que lucieron a modo de “mascotas” los tres primeros submarinos españoles de la clase Daphne en el sonar proel tras las reformas de los mismos, ocurridas durante la segunda gran carena de cada uno de ellos. Por último, decir a los amantes de todo lo concerniente a nuestros submarinos, que nos consta que los hay en buen número, que las fechas en que estuvieron pintados, sin poder precisarlas con más exactitud, fueron entre el verano de 1985 y la primavera de 1987.
Fuente: Daniel Prieto Websubmarinos.
Autor: Diego Quevedo Carmona
Fuente: Daniel Prieto Websubmarinos.
Autor: Diego Quevedo Carmona
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