Puerto del Callao, casi las 7 de la noche del viernes 26 agosto de 1988. Un buque japonés choca contra el submarino BAP Pacocha.
SOBREVIVIENTE DE UN ACCIDENTE EN UN SUBMARINO
Puerto del Callao, casi las 7 de la noche del viernes 26 agosto de 1988. Un buque japonés choca contra el submarino BAP Pacocha. En plena oscuridad y a 40 metros de profundidad, el Oficial de Mar Electricista Pascual Gómez lucha desesperadamente para evitar que el mar sea su tumba.
Es difícil rememorar la más larga y terrible noche en la vida del Oficial de Mar Electricista Pascual Gómez. Aquel 26 de agosto de 1988, cerca de las 18 y 40 horas, el marino había terminado su guardia y descansaba tranquilamente en su camarote. De pronto un fortísimo golpe estremeció toda la nave, haciéndolo saltar de su ubicación.
“Corrí hacia la zona de las baterías y observé que todo estaba normal. Inmediatamente escuché por el intercomunicador que había un incendio en la Sala de Control. Cogí un extintor y volé hacia el incendio. Los tableros estaban en llamas. Con mis compañeros apagamos el fuego, pero de pronto miré cómo empezaba a entrar el agua”, recordó en una entrevista que hace algunos años le hice en su casa del distrito de Independencia, en el llamado Cono Norte de Lima.
Verdadero veterano de la Segunda Guerra Mundial, el Pacocha, ex USS Atule (SS-403) había combatido en la zona del Pacífico contra el Japón. Su desplazamiento en superficie era de 1870 toneladas, y en inmersión de 2,440 toneladas. Estaba propulsado por tres motores diesel en superficie con una potencia nominal de 4,800 H.P., y dos motores eléctricos en inmersión para 5,400 H.P. acoplados a dos ejes.
Como armamento, llevaba seis tubos lanzatorpedos de 21 pulgadas en proa y cuatro en popa. Su eslora registraba 93.8 metros, con una manga de 8.2 metros y el calado de 5.2 metros. Velocidad: 18 nudos en superficie y 15 nudos en inmersión. Dotación: 85 hombres.

“Nos hundimos”
El SS Pacocha empezó a hundirse. El golpe dado por el pesquero japonés ‘Kiowa Maru’, cuyos vigías descuidaron su trabajo, abrió un agujero de más de dos metros de diámetro en popa del submarino, justo cuando estaba por entrar a la Base Naval del Callao luego de unos ejercicios con torpedos.
Un grupo de 23 tripulantes rápidamente logró ponerse a salvo saltando al mar. El Comandante Daniel Nieva logró cerrar la escotilla principal pero fue golpeado por el torrente de agua y falleció ahogado. Otros ocho marinos seguirían la misma suerte.
En tanto, el OM Pascual Gómez estaba entre los 22 marinos atrapados a 40 metros de profundidad. “Cerramos los compartimientos, pero por un ducto de ventilación ingresaba el mar. Evacuamos hacia proa. En ese momento ocurrió el apagón”, prosigue.
El agua había llegado al generador eléctrico, suspendiendo la energía. La noche más negra del mundo cayó sobre los atribulados hombres del Pacocha. También el frío más intenso de agosto, que es invierno en esta parte del Pacífico Sur. “Sólo pensé: me llegó la hora”, recuerda Pascual.
Los 22 tripulantes intentaban sobreponerse cuando empezó a salir agua por el baño. Esa novedad los obligó a volver a evacuar el compartimiento, esta vez hacia la sala de torpedos. “Pasamos lista y faltaban tres hombres. Llamamos por el teléfono magnético, y nada… Se dio la orden de mudar la ropa mojada por otra seca. A las 8 de la noche lanzamos una boya luminosa para que nos ubicaran”, agrega el testigo.
Al día siguiente les comunicaron que estaba en marcha el Plan “Sierra-Tango” con auxilio internacional, incluyendo el arribo de un minisubmarino de rescate enviado por la US Navy. Pero al rato llegó una mala noticia: La ayuda recién estaría disponible el domingo.
A las 9 y 30 de la mañana del sábado, doce horas después del accidente, el ambiente ya era pesado. Los gases de las baterías y de los incendios empezaron a hacer sus efectos tóxicos. Era actuar o morir, y decidieron salir a como diera lugar.
“En grupos de a cuatro hombres intentaríamos llegar a la superficie, aguantando la respiración. Eran 40 metros. Nos dimos ánimo. Lanzamos vivas al Pacocha, a la Marina, y nos encomendamos a Dios”, dice. Se trataba de un viaje de quince segundos a la superficie. Para Pascual Gómez y sus 21 compañeros fueron una eternidad.
Sin embargo, ascender tan rápido desde tal profundidad encerraba peligros, como la mortal embolia. “Para minimizar daños regulamos la presión interna del submarino con la presión exterior. Inundamos un compartimiento. El agua me llegaba al pecho. Di cuatro golpes, señal que estaba listo. Abrí la escotilla. Observé una luz tenue allá arriba y salí”. Fue un viaje de sólo quince segundos. Pero para Pascual y sus 21 compañeros significó casi una travesía para toda la eternidad.
De los 52 hombres del Pacocha, sólo 8 no pudieron salvarse. Sin embargo, las estadísticas señalan que el 60 por ciento de la tripulación muere en un accidente submarino.
“Esto ha sido un milagro”, dijo en mi artículo que publiqué en el diario El Comercio el ex marino Pascual Gómez, un hombre que cuando en 1975 pisó por primera vez una embarcación naval no imaginó que sería uno de los pocos en el mundo en poder decir: “yo sobreviví a un accidente en un submarino”.
* * *
Puerto del Callao, casi las 7 de la noche del viernes 26 agosto de 1988. Un buque japonés choca contra el submarino BAP Pacocha. En plena oscuridad y a 40 metros de profundidad, el Oficial de Mar Electricista Pascual Gómez lucha desesperadamente para evitar que el mar sea su tumba.
Es difícil rememorar la más larga y terrible noche en la vida del Oficial de Mar Electricista Pascual Gómez. Aquel 26 de agosto de 1988, cerca de las 18 y 40 horas, el marino había terminado su guardia y descansaba tranquilamente en su camarote. De pronto un fortísimo golpe estremeció toda la nave, haciéndolo saltar de su ubicación.
“Corrí hacia la zona de las baterías y observé que todo estaba normal. Inmediatamente escuché por el intercomunicador que había un incendio en la Sala de Control. Cogí un extintor y volé hacia el incendio. Los tableros estaban en llamas. Con mis compañeros apagamos el fuego, pero de pronto miré cómo empezaba a entrar el agua”, recordó en una entrevista que hace algunos años le hice en su casa del distrito de Independencia, en el llamado Cono Norte de Lima.
Veterano del mar
El BAP Pacocha (SS-48) llegó al Perú en 1974 junto con su gemelo bautizado como BAP La Pedrera. Ambos fueron adquiridos de segunda mano de la Armada de los Estados Unidos, y pertenecían a la clase `Balao’, modernizada al estándar ‘Guppy I’.Verdadero veterano de la Segunda Guerra Mundial, el Pacocha, ex USS Atule (SS-403) había combatido en la zona del Pacífico contra el Japón. Su desplazamiento en superficie era de 1870 toneladas, y en inmersión de 2,440 toneladas. Estaba propulsado por tres motores diesel en superficie con una potencia nominal de 4,800 H.P., y dos motores eléctricos en inmersión para 5,400 H.P. acoplados a dos ejes.
Como armamento, llevaba seis tubos lanzatorpedos de 21 pulgadas en proa y cuatro en popa. Su eslora registraba 93.8 metros, con una manga de 8.2 metros y el calado de 5.2 metros. Velocidad: 18 nudos en superficie y 15 nudos en inmersión. Dotación: 85 hombres.

“Nos hundimos”
El SS Pacocha empezó a hundirse. El golpe dado por el pesquero japonés ‘Kiowa Maru’, cuyos vigías descuidaron su trabajo, abrió un agujero de más de dos metros de diámetro en popa del submarino, justo cuando estaba por entrar a la Base Naval del Callao luego de unos ejercicios con torpedos.
Un grupo de 23 tripulantes rápidamente logró ponerse a salvo saltando al mar. El Comandante Daniel Nieva logró cerrar la escotilla principal pero fue golpeado por el torrente de agua y falleció ahogado. Otros ocho marinos seguirían la misma suerte.
En tanto, el OM Pascual Gómez estaba entre los 22 marinos atrapados a 40 metros de profundidad. “Cerramos los compartimientos, pero por un ducto de ventilación ingresaba el mar. Evacuamos hacia proa. En ese momento ocurrió el apagón”, prosigue.
El agua había llegado al generador eléctrico, suspendiendo la energía. La noche más negra del mundo cayó sobre los atribulados hombres del Pacocha. También el frío más intenso de agosto, que es invierno en esta parte del Pacífico Sur. “Sólo pensé: me llegó la hora”, recuerda Pascual.
Los 22 tripulantes intentaban sobreponerse cuando empezó a salir agua por el baño. Esa novedad los obligó a volver a evacuar el compartimiento, esta vez hacia la sala de torpedos. “Pasamos lista y faltaban tres hombres. Llamamos por el teléfono magnético, y nada… Se dio la orden de mudar la ropa mojada por otra seca. A las 8 de la noche lanzamos una boya luminosa para que nos ubicaran”, agrega el testigo.
Larga noche
A la medianoche se estableció comunicación con los buzos de la Armada que habían llegado en auxilio de los atrapados, mediante golpes en clave Morse. “El ambiente todavía era tranquilo. Acordamos esperar el rescate. Pocos hablaban, algunos intentaban dormir. Pero no creo que hayan podido. Las horas pasaban lentas, minuto a minuto. Tic, tac, tic, tac. Sólo quedaba aguardar”.Al día siguiente les comunicaron que estaba en marcha el Plan “Sierra-Tango” con auxilio internacional, incluyendo el arribo de un minisubmarino de rescate enviado por la US Navy. Pero al rato llegó una mala noticia: La ayuda recién estaría disponible el domingo.
A las 9 y 30 de la mañana del sábado, doce horas después del accidente, el ambiente ya era pesado. Los gases de las baterías y de los incendios empezaron a hacer sus efectos tóxicos. Era actuar o morir, y decidieron salir a como diera lugar.
“En grupos de a cuatro hombres intentaríamos llegar a la superficie, aguantando la respiración. Eran 40 metros. Nos dimos ánimo. Lanzamos vivas al Pacocha, a la Marina, y nos encomendamos a Dios”, dice. Se trataba de un viaje de quince segundos a la superficie. Para Pascual Gómez y sus 21 compañeros fueron una eternidad.
Sin embargo, ascender tan rápido desde tal profundidad encerraba peligros, como la mortal embolia. “Para minimizar daños regulamos la presión interna del submarino con la presión exterior. Inundamos un compartimiento. El agua me llegaba al pecho. Di cuatro golpes, señal que estaba listo. Abrí la escotilla. Observé una luz tenue allá arriba y salí”. Fue un viaje de sólo quince segundos. Pero para Pascual y sus 21 compañeros significó casi una travesía para toda la eternidad.
Vivir para contarlo
Sus declaraciones las dio más tranquilo, aunque aquejado por enfermedades en los huesos. Es la secuela de su escape de la muerte.De los 52 hombres del Pacocha, sólo 8 no pudieron salvarse. Sin embargo, las estadísticas señalan que el 60 por ciento de la tripulación muere en un accidente submarino.
“Esto ha sido un milagro”, dijo en mi artículo que publiqué en el diario El Comercio el ex marino Pascual Gómez, un hombre que cuando en 1975 pisó por primera vez una embarcación naval no imaginó que sería uno de los pocos en el mundo en poder decir: “yo sobreviví a un accidente en un submarino”.
* * *
Por Lewis Mejía, Lima para elSnorkel.com
Licenciado en Comunicación Social Lewis Mejía Prada, corresponsal de la revista Tecnología Militar (Grupo Monch) y jefe de redacción de la revista Perú Defensa & Seguridad, escribe desde hace 25 años sobre temas militares.
COMMENTARIOS