Luego del hundimiento del Crucero ARA Belgrano, solo un buque la Armada permaneció en territorio malvinense, el submarino ARA San Luis.
Introducción
En 1982, un
conflicto bélico tuvo lugar en el Atlántico Sur. Todo comenzó el 2 de abril,
cuando la Argentina recuperó las islas Malvinas, luego de casi 150 años de
usurpación británica. Un día más tarde, haría lo mismo con las Georgias del
Sur. Inglaterra, que ya había comenzado su movilización militar en la zona
durante un incidente acaecido en estas últimas islas en marzo, no lo pasó por
alto y sumó nuevos barcos, dando así inicio a la formación del contingente
aeronaval más importante desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. El
5 de abril, la flota zarpó hacia el sur. Tres semanas más tarde, se encontraba
al sur del Atlántico Sur. El 27 de abril, barcos británicos atacaron la
guarnición en las islas Georgias y retomaron el control sobre dichas islas.
El 1 de mayo, sus
aviones acometieron sobre las posiciones nacionales en Puerto Argentino, dando
comienzo a la batalla de las Malvinas. La misma se extendería hasta el 14 de
junio. En ese lapso de tiempo, tendría lugar una férrea resistencia por parte
de los aviadores argentinos, la cual se extendería a tierra malvinense luego
del 21 de mayo, cuando los combates se trasladaron sobre todo a la zona de
Puerto Darwin y los montes que rodean la capital de las islas Malvinas.
La batalla en el
mar tuvo uno de sus capítulos más dolorosos cuando el día 2 de mayo, el
submarino nuclear HMS Conqueror atacó, fuera de la zona de guerra, al crucero
argentino ARA General Belgrano. En dicho ataque murieron 323 argentinos. Este
hecho provocó la decisión de la Armada nacional de retirar sus buques a puerto,
esperando la posibilidad de entrar en guerra en condiciones más favorables.
Solo un buque de
guerra argentino quedó fuera de esa lógica: un pequeño submarino convencional.
Este se mantuvo en la zona de combate, no solo amenazando y atacando a la Royal
Navy, sino que también increíblemente logrando escapar de la amenaza que
representaba el poderío naval británico, verdaderos expertos en la lucha
antisubmarina. Ese buque fue el submarino ARA San Luis.
El mismo va a ser protagonista de este artículo, el cual gira alrededor de las siguientes preguntas: ¿cómo fue la Guerra de Malvinas en el mar? ¿Cómo fue el accionar del submarino ARA San Luis? ¿Cómo recuerdan la experiencia los veteranos?
Este trabajo se
inserta en una extensa constelación de investigaciones previas sobre la Guerra
de Malvinas. Algunas destacan la labor de este submarino, como son los trabajos
de Jorge Bóveda (2007), Ricardo Burzaco (2000), Mariano Sciaroni (2010), Daniel
Mesa y Roberto Paz (2011), y el investigador Hernando Flórez (2021), quien se
acerca a las vivencias de los tripulantes del San Luis.
A nivel
internacional, la heroica lucha de este submarino fue motivo de análisis por
varios estudiosos de las historias de las guerras en el mundo. La prestigiosa
revista Proceedings, a través del escrito del capitán de navío Charles H.
Wilbur (1996), de la Armada norteamericana, estudió la labor del San Luis en la
guerra de Malvinas a modo de lección para las marinas occidentales,
especialmente la de Estados Unidos. El Almirante Harry Train (2012), en su
investigación publicada originalmente en 1987, Malvinas un caso de estudio,
además de analizar la guerra, hizo especial mención al submarino San Luis.
Por su parte, el
historiador militar Jon Guttman escribió el libro Defiance at sea. History's
greatest naval beaten [Desafío en el mar. La derrota marítima más grande de la
historia] (2000), en el que aborda 14 batallas marítimas en el período 1591 y
1982, las cuales, a pesar de los diferentes contextos y paisajes mundiales,
tienen algo en común. Se trata de batallas desiguales, heroicas para Guttman,
en las que se destaca la tarea del más débil, que logra burlar al más fuerte.
El último capítulo se lo dedica al ARA San Luis y su actuación en la guerra de
1982.
Hay una necesidad de estudiar la guerra desde su contexto, pero también desde las experiencias de quienes la vivieron (Guber, 2001; Lorenz, 2006). Es por tal razón que entre las fuentes utilizadas ocupan un importante lugar las fuentes orales. Las mismas se basaron en entrevistas a veteranos del ARA San Luis1. Sus experiencias también aparecen reflejadas en escritos efectuados por los propios protagonistas, entre los cuales se destacan los diarios de guerra escritos por Rafael Guaraz y Juan Rocha. Ambos fueron describiendo día por día sus experiencias y su sentir respecto a los acontecimientos en el Atlántico Sur, desde su partida de la Base Naval Mar del Plata, el 11 de abril, hasta su llegada a Puerto Belgrano el 19 de mayo.
Otro de los
objetivos que persigue este trabajo es tener un adecuado equilibrio entre la
experiencia bélica del San Luis y el contexto de la guerra. Para esto considero
muy importante la utilización de dos informes de la guerra: el efectuado por la
comisión presidida por el general Benjamín Rattenbach, más conocido como
Informe Rattenbach (1988), y el efectuado por el ya citado almirante
norteamericano, Harry Train (2012).
En cuanto a la
organización del artículo, estará dividido en dos grandes partes, siguiendo la
lógica de la actuación de la Junta Militar argentina y sus órdenes. Durante los
primeros días del conflicto, esta consideraba que no se iba a desencadenar una
guerra en el Atlántico Sur. Su estrategia era que la movilización de tropas de
ambos países a raíz del incidente en las Georgias del Sur se convirtiera en una
crisis cuya resolución fuera diplomática. Todos los movimientos que realizaron
los argentinos obedecieron a esta lectura: recuperar las Malvinas sin derramar
sangre inglesa y, de esa forma, obligar a Inglaterra a negociar seriamente por
las islas. Esto se tradujo en reforzar inadecuadamente las islas pese a la
movilización naval inglesa, así como en la orden de no disparar contra blancos
enemigos, entre otros aspectos bélicos. Esta interpretación chocó de manera
abrupta con la realidad el 1 de mayo de 1982. A partir de aquí, la Junta se dio
cuenta de que se trataba de una guerra en serio. Allí comenzó la improvisación.
De este modo, en la
primera parte del trabajo abordaré el período que entendemos como la “Crisis”,
que va desde el 2 de abril hasta el 27 de abril. Luego, el foco pasará a estar
en el segundo momento, el de la “Guerra” propiamente dicho, el cual comienza
con el inicio de las hostilidades en las islas Georgias del Sur y culmina con
el regreso del San Luis a la base de Puerto Belgrano el día 19 de mayo.
Se eligió contar estas historias ya que puede ser una buena manera de recordar una guerra que aún está lejos de cerrar sus heridas. La narración en primera persona, de quienes fueron protagonistas directos, aporta datos históricos, pero, por sobre todas las cosas, transmite emociones en las que nos podemos identificar.
Parte 1: Crisis
Para entender los antecedentes del conflicto bélico de 1982, debemos tener en cuenta sus detonantes. Por un lado, el más inmediato fue el incidente ocurrido en las islas Georgias del Sur en marzo de ese año; por el otro, la decisión unilateral de Gran Bretaña en 1981 de congelar cualquier negociación por Malvinas a través de Naciones Unidas. A ellos se suma la firme intención de la dictadura de recuperar las islas Malvinas antes del 150 aniversario de la usurpación británica, que se cumpliría en enero de 1983. Aunque sus causas más profundas debemos encontrarlas mucho más atrás en el tiempo.
La Argentina
recuperó militarmente las islas Malvinas el 2 de abril de 1982. Esta operación
fue llevada adelante por tropas de elite, quienes lograron el control de las
islas de forma incruenta. Sobre esto último se puso especial énfasis del lado
nacional, para avanzar diplomáticamente sobre la cuestión. El plan original
consistía en que la crisis de Malvinas pasaría a la mesa de negociaciones y, en
ese sentido, solo se iba a dejar una pequeña fuerza argentina en las islas.
Esto se apoyaba en dos supuestos: por un lado, Gran Bretaña no reaccionaría
militarmente, y si lo hacía solo iba a mandar una fuerza militar simbólica,
para forzar las negociaciones; por otro lado, Estados Unidos no permitiría que
la Argentina y el Reino Unido dirimieran sus diferencias en el campo de
batalla. En síntesis: del lado argentino, la guerra no figuraba como una
hipótesis.
Sin embargo, y al
contrario de lo planificado por los estrategas argentinos, Gran Bretaña, en
respuesta a la acción argentina, movilizó un enorme contingente aeronaval hacia
el sur. Fue recién ahí que la Junta Militar, encabezada por Leopoldo F.
Galtieri, decidió reforzar militarmente las islas Malvinas, siendo el Ejército
el que mayor cantidad de hombres aportó en la tarea. Por su parte, la Fuerza
Aérea Argentina preparó las bases australes para atacar a la flota imperial, en
caso de que fuera necesario.
En cuanto a la
flota de mar, desde el inicio de las operaciones, en abril, el almirante Juan
José Lombardo había puntualizado las limitaciones que tendría la Armada a la
hora de realizar la defensa en las islas. Según este, la flota no podría
enfrentar a su similar británica, fundamentalmente, debido a la presencia de
submarinos nucleares. Por otro lado, la presencia de Chile sería un factor que
no podría ser desatendido (Mayorga, 1998).
Pese a esta
movilización militar, el plan original no había cambiado. Para los estrategas
argentinos aún persistía la convicción de que se trataba de una crisis cuya
solución sería diplomática y, en todo caso, el envío de hombres a Malvinas era
un intento por obligar a Gran Bretaña a sentarse a la mesa de negociaciones.
Tal como sostiene el almirante Train en su investigación “Malvinas: un caso de estudio” (2012), mientras la Junta Militar se preparaba para dar batalla en el escenario diplomático, Gran Bretaña preparó su flota para dirimir las diferencias en el terreno militar. Estas profundas diferencias en la manera de leer la guerra se acentuarían en los días siguientes.
¿Submarinos al ataque?
En diciembre de
1981, Fernando Azcueta fue designado como nuevo comandante del submarino San
Luis. El 2 de abril de 1982, Azcueta fue sorprendido por la noticia de la
recuperación de las islas Malvinas de la misma manera que la inmensa mayoría de
los argentinos. A las 9 de la mañana reunió a toda la tripulación y
oficialmente manifestó que la Argentina había recuperado las islas Malvinas.
Por otro lado, comunicó que se debía alistar el San Luis en el menor tiempo
posible.
Los submarinos ARA Santa Fe, ARA Salta y ARA San Luis comenzaron sus preparativos. Las condiciones de estas unidades distaban de ser las mejores. El Santa Fe era un submarino tipo “Guppy” de la Segunda Guerra Mundial, para ese año, 1982, se proyectaba que quedara fuera de servicio, al igual que su gemelo el ARA Santiago del Estero, que había sido radiado en 1981. El Salta y el San Luis eran modernos buques que habían sido incorporados por la Armada argentina en 1974. Pese a esto los “209” tuvieron muchos problemas operativos en sus preparativos para la guerra.
El San Luis comenzó
con pruebas de mar en las proximidades de la Base de Submarinos, frente a la
costa marplatense. Allí pudieron constatarse problemas para desarrollar
velocidades en inmersión. La nave tenía la necesidad de entrar en dique seco
para efectuarle una limpieza de los conductos de refrigeración que estaban
totalmente recubiertos por incrustaciones denominadas “diente de perro” al
igual que el casco y las hélices. El investigador Ricardo Burzaco (2000)
manifiesta que ello impedía al submarino alcanzar su mejor performance de
velocidad, aumentaba el ruido de las hélices y, fundamentalmente, hacía
peligrar el funcionamiento de los motores diésel por una ineficaz refrigeración
de los mismos. Estos “dientes de perro” son unos pequeños crustáceos que se
formaron gracias a la acción del mar durante los meses de enero y febrero,
cuando el buque se encontraba estacionado en la dársena. Dado que no había
tiempo para entrar en dique seco, buzos de la Base Naval Mar del Plata se
encargaron de la limpieza de los mismos, una tarea que demandó un trabajo a
tiempo completo, ya que tuvieron que “rasquetear” el casco a mano.
En esos días, los
hombres del San Luís se abocaron a poner a punto el submarino. Sin embargo, tal
cuestión no sería sencilla. A medida que se intentaba hacerlo, surgían
problemas operativos: por ejemplo, uno de los motores diésel estaba totalmente
fuera de servicio desde hacía varios años por rotura del block. Otro problema,
no menor, eran los torpedos. En el año 1981 se había realizado un informe sobre
el funcionamiento de los mismos, en el que se detallaba el decepcionante
resultado de los lanzamientos efectuados por los submarinos “209”. La mayor
parte de los lanzamientos habían resultado erráticos por distintas razones. Ese
informe había sido presentado en las oficinas de la Armada. El comandante
Fernando Azcueta no había sido notificado de su redacción. A la vez, cabe
agregar que otro de los desafíos que tuvo que enfrentar el San Luis fue la poca
familiaridad que gran parte de su tripulación tenía con este tipo de
submarinos. Ello se debía a que muchos miembros habían sido destinados al buque
muy poco tiempo antes, incluso Azcueta, quien, si bien tenía una gran
experiencia como submarinista, provenía de los submarinos tipo Guppy.
El 11 de abril,
finalmente, el submarino zarpó desde la Base Naval Mar del Plata, con rumbo
sur. Sus órdenes eran dirigirse a las aguas del Golfo Nuevo, al sur de la
Península de Valdez, en la provincia de Chubut. Su nombre código era “Área
Enriqueta”. También se le ordenaba no abrir fuego en el caso de que se
encontrase con una nave enemiga.
Ni bien salieron de
Mar del Plata, se aprovechó para realizar algunas pruebas de navegación y
observar la máxima velocidad posible a la que podía llegar la nave. Se alcanzó
la velocidad de 20 nudos. Aunque, tal como sostiene el investigador Ricardo
Burzaco (2000):
Subsistían los
problemas de temperatura en los motores diesel. Ante esta situación, el
comandante pensó acertadamente que las bajas temperaturas de las aguas del
Atlántico Sur —inferiores a los 4 °C— permitirían una refrigeración más
efectiva que por el apuro de partida hacia la zona de operaciones, las pruebas
se estaban realizando en la plataforma continental, a relativa poca profundidad
y con el agua todavía dominada por el efecto del verano con una temperatura de
16 °C (pp. 222-223).
Por otro lado, se
detectaron otros problemas en el snorkel (le entraba agua) y las bombas de
achique. Más allá de todo, el tránsito hacia el sur continuó. Todo estaba
preparado para una prolongada patrulla de guerra: sus compartimentos estaban
atestados de víveres, agua, medicamentos, bultos y accesorios relacionados con
la alimentación de la tripulación. Eran los primeros instantes de un largo
período de confinamiento. A partir de allí desaparecería la noción del día y la
noche.
En poco más de 50
pasos se podía recorrer el submarino en su totalidad. A través de pasillos
angostos, cada vez que dos marinos se cruzaban, uno debía ceder el paso o pasar
de costado. En esos escasos metros habitables debían convivir 35 marinos.
Existía un baño para los 7 oficiales y otro para los 28 suboficiales.
Cada hombre tomó su posición en el buque. El submarino tenía que estar permanentemente en funcionamiento, por lo tanto, los horarios de descanso y trabajo eran rotativos. Trabajo y descanso. Por un lado, por la necesidad de tener siempre gente realizando diferentes labores, ya que no se puede descuidar un submarino que viaja por el mar. Por otro, por la falta de espacio, que obligaba a tener siempre gente descansando. Asimismo, tampoco había espacio suficiente para que los 35 marinos descansen a la vez, ya que no había camas para todos, de allí que se usara un sistema de “cama caliente”. Cuando una parte de los marinos hacía sus labores, la . otra estaba descansando.
El primer objetivo
fue entrenar duro con el propósito de que los marinos se familiarizaran con el
San Luis. Se lo hizo con exigencia. El tránsito que duró el viaje desde el
puerto de Mar del Plata a “Zona Enriqueta” fue aprovechado para una rigurosa
ejercitación. El duro y repetitivo entrenamiento tenía como objetivo que los
submarinistas profundizaran sus habilidades y reflejos en el mar y en una
eventual batalla. También se practicaron emergencias que podían llegar a
enfrentar, como entradas de agua e incendios, cubrir puestos y simular
hipótesis de combate. De a poco, el personal comenzó a conocer a fondo el San
Luis, a aprender cada secreto, hasta cómo funcionaba el sistema de torpedos.
Con la llegada a la
“Zona Enriqueta” se notaba un mayor trabajo de equipo, “haciéndose carne”, algo
que ya sabían: todos necesitaban de todos. Esos días de tanta actividad
comenzaron a mentalizar al equipo del San Luis de que, por primera vez, no se
trataba de un entrenamiento más. Ese clima prebélico tenía un condimento
especial.
El día 22 de abril
se produjo la avería de la computadora de control tiro, lo que era una
limitación que resultaría determinante en el uso de armas. Es decir, el
submarino mantenía su capacidad para el lanzamiento de torpedos de emergencia,
sin embargo, sus posibilidades operativas quedaban muy reducidas.
El problema intentó
repararse con los medios disponibles a bordo. En otros momentos, la dotación
del buque incluía dos cabos especializados en control tiro que, además de
operar el sistema de armas, estaban preparados para repararlo en caso de
averías. Sin embargo, en esta travesía el puesto estaba cubierto por personal
nuevo que aún no tenía la suficiente capacitación para reparar un sistema de
semejante complejidad.
Durante los últimos días de abril, la flota británica tomó posiciones en el Atlántico Sur. Estaba lista para comenzar la invasión a las Malvinas y a las Georgias del Sur. En este difícil tablero de ajedrez que se estaba formando en el Atlántico Sur, el San Luis, pese a sus deficiencias, recibió la orden de ingresar en zona de guerra y ubicarse próximo a la costa, al norte de la isla Soledad, cuyo nombre código era “María”.
A bordo, la
situación de dirigirse al área Malvinas era tomada con preocupación. Juan
Rocha, en su Diario personal (1982), consignó:
26 de abril. 18 horas:
Acabamos de recibir la orden de dirigirnos al área de patrulla cerca de Malvinas y de atacar todo buque enemigo, esto evidentemente, incluye el riesgo que corremos si somos detectados por otro submarino. Ruego a Dios porque esto no suceda. Porque nuestras probabilidades son pocas ante un atómico de estos. Ojalá tengamos la suerte de salir bien de esto.
Mi amada esposa Magdalena, mis amados hijos Manuelito y Dieguito sepan que siempre los quise y lo querré... quizás no fui un buen esposo o un buen padre eso no puedo juzgarlo. Creo que siempre traté de darle lo mejor de acuerdo a las posibilidades que teníamos.
Mis queridos: Papá no es un cobarde.pero permítanme derramar unas pocas lágrimas.porque estoy llorando por Uds., al pensar quizás que no me tengan más a su lado. (s. p.).
Ahora sí, para el
San Luis, la guerra estaba a unas pocas horas de distancia.
PARTE 2: Guerra
El comandante
Gualter Allara autorizó el 29 de abril el empleo de las armas sin restricciones2,
en cualquier área y contra cualquier tipo de unidad, previo reconocimiento de
su condición de enemigo y de ser posible su identificación (Mayorga, 1998).
Ese mismo día, el
San Luis recibía malas noticias: los ingleses habían atacado las Georgias del
Sur y también al submarino ARA Santa Fe.
El 1 de mayo la
batalla se trasladó, en todo su esplendor, a las Malvinas. Durante la
madrugada, poco después de las 4:00 h, se produjo el primer ataque aéreo por
parte de Gran Bretaña a las posiciones argentinas en Puerto Argentino. Sería el
primero de varios.
La Fuerza Aérea Argentina comenzó sus ataques a la flota británica. La tarea
de los pilotos argentinos no era nada sencilla: los barcos ingleses eran
teóricamente inexpugnables, contaban con artillería antiaérea, misiles . y
radares de última generación.
Por su parte, la
flota nacional se encontraba dividida en tres grupos a lo largo de la costa
patagónica, en aguas de escasa profundidad (80 m), lo cual limitaba la
velocidad de los submarinos nucleares ingleses. Allí, las naves argentinas
esperaban una oportunidad para atacar la flota británica.
Mientras esto
ocurría en la superficie, ubicados al norte de la isla Soledad, en las
profundidades, los sonaristas del San Luis detectaron rumores hidrofónicos de
naves de guerra. A las 8:00 h, el comandante Azcueta ordenó cubrir puestos de
batalla. Estaban listos para atacar. Al no funcionar la computadora de control
tiro, el lanzamiento se haría a través de cálculos manuales.
Se iniciaron las
maniobras. El torpedo filoguiado SST-4 fue lanzado por el submarino, pero a los
tres minutos de ello el hilo —que brinda la información al torpedo— se cortó.
No se escuchó detonación. Minutos después del lanzamiento, hubo evidencias de
que no se había logrado dar en el blanco.
Producido el primer
ataque, la respuesta británica fue instantánea. El San Luis fue asolado por las
fuerzas antisubmarinas inglesas, buques de superficie y helicópteros. Los
británicos se lanzaron en persecución del submarino utilizando cargas de
profundidad. Un helicóptero arrojó un torpedo antisubmarino, que pudo ser
evitado gracias a maniobras evasivas y al lanzamiento de cápsulas generadoras
de cortinas de burbujas o “falsos blancos”.
El submarino argentino comenzó su retirada hacia la costa malvinense e hizo maniobras para asentarse en el fondo rocoso. Allí, inmóvil y en total silencio, soportó el ataque inglés durante casi 20 horas, durante las cuales los agresores utilizaron un gran número de bombas antisubmarinas para cazarlo. El San Luis permaneció allí hasta las 5:00 de la mañana del 2 de mayo. Seguro de que el enemigo se había alejado, el submarino argentino comenzó a moverse y abandonar el lugar y la zona de peligro. Esos fueron los hechos objetivos, puros y duros; la experiencia de los tripulantes fue algo diferente.
La batalla en primera persona
Volvamos por un instante a la madrugada del 1 de mayo. Luego de una noche de vigilia, se podían encontrar hombres en sus puestos y otros en sus cuchetas. Debido a los momentos de tensión que se vivían, eran pocos los que habían podido conciliar el sueño. Los marinos se habían acostado vestidos, tal como hacían desde que habían entrado a la zona de guerra, el 27 de abril. Tenían que estar listos en caso de recibir la orden de cubrir puestos de combate.
El San Luis, con su
sonar pasivo3, se encontraba al norte del estrecho de San Carlos
cuando, de repente, detectaron enemigos. Después de detectar la presencia de
naves hostiles, el sonarista informó que se aproximaban hélices de helicópteros
y que escuchaba explosiones submarinas. Los enemigos estaban cerca. Lanzaban
cargas de profundidad para anticipar la presencia de algún submarino y abrían
camino a los buques ingleses. Lanzaban las bombas a ciegas.
Mario Cuevas, uno
de los sonaristas, evoca aquella mañana del 1 de mayo:
Mi puesto de combate estaba en un equipo para determinar la distancia al rumor en forma pasiva... Mi guardia sonar era 16 a 20 h y 4 a 8 h... Ese día, 1 de mayo, como siempre, estaba atento a los rumores. Tipo 7:40 h miraba cómo los que tenían que tomar la guardia se preparaban a desayunar. Un rumor me llamó la atención, lo analicé y clasifiqué como helicóptero calando (suspendido con el sonar en el agua). Le informo al oficial de guardia.4
El comandante
Azcueta ordenó máxima velocidad rumbo al objetivo. Los motores del San Luis
iban a toda máquina. El buque venía hacia ellos y el comandante ordenó preparar
tubos de torpedos y realizar movimientos submarinos para encontrar la mejor posición
de tiro.
Minutos después, los sonaristas, Serrano, Errecalde y Cuevas, informaron que se trataba de un buque enemigo. Oscar Serrano, lo identificó como destructor tipo 21 o 22. Cada vez se sentían más cercanas las hélices de helicópteros y las explosiones. Ya no había dudas, estaban llevando a cabo maniobras antisubmarinas con los sonares desplegados y largando cargas de profundidad a ciegas. A medida que analizaban los sonidos y señales, se daban cuenta de que los Sea King avanzaban abriéndoles camino franco y seguro a varios buques británicos de guerra. Cuando estaban a 9000 yardas5, Alejandro Maegli, jefe de comunicaciones, le dijo a su capitán: "Señor, datos de blanco ajustados" (Díaz, 2009).
A medida que la guerra se acercaba, la adrenalina iba calando hondo en los hombres. Por primera vez en la historia de la Armada argentina, se estaba a punto de lanzar un torpedo y llevar adelante un ataque submarino.
Nerviosos y
emocionados, junto a las torpederas, se encontraban Gerardo Buchwald y Juan Carlos
Herrera. El primero, ante la inminencia del ataque, le dijo a su compañero:
“Este es un hecho histórico, hay que ponerle nombre al torpedo... ¡Mar del
Plata!, así se va a llamar”.
Damián Washington
Riveros inició las maniobras para el lanzamiento. Eran las 10 de la mañana,
cuando el comandante Azcueta hizo la seña de disparar contra el blanco. Con voz
firme ordenó: “¡Fuego!”.
Cuando se lanzó el
torpedo, el tiempo pasó en cámara lenta y despertó diferentes sensaciones entre
los guerreros. Oscar Alderete se encontraba en el timón, la incertidumbre del
ataque lo despertó a la realidad que estaba viviendo.
Yo me di cuenta recién ahí que estábamos en esa situación, cuando lanzamos el primer torpedo...ahí me dije. ¡Estamos en guerra!
Lo veía al jefe de máquinas, el teniente Somonte, que cruzaba los dedos y contaba los segundos. que es el tiempo que tarda el torpedo en hacer impacto.
Sus recuerdos son como los ojos para quienes nos imaginamos esta batalla. El más joven a bordo era Orlando Pérez, la sensación que describe es la siguiente: “El escuchar salir un torpedo. se te pone la piel de gallina. Yo era muy nuevito. era mi primera navegación. Para mí fue un bautismo en todo sentido”.
Pasaron los segundos y el proyectil filoguiado, avanzaba sigiloso hacia el destructor. Se esperaba que el operador confirmara “impacto”, pero esta afirmación no llegaría. No se escuchó detonación alguna.
El ataque fallido
provocó desazón entre los tripulantes. Quienes tuvieron que recuperarse
rápidamente, porque la batalla recién comenzaba.
Nuevamente, Julio
Diaz nos narra la situación:
A partir de ese momento todo cambió, ahora sí, la cosa iba en serio. Salió el torpedo y los minutos se hicieron largos, hasta que alguien dijo “el torpedo cortó el cable”. Los sonaristas lo seguían escuchando y en una de esas se escuchó un estruendo que no era explosión. Aclaro que teníamos conectado el teléfono subacuo para poder escuchar fuera de lo que escuchaban los sonaristas. No se entendió mucho lo que pasó, pero el jefe de armamento lo tomó como que el torpedo chocó al blanco, pero no hubo explosión.
La respuesta al
ataque no se hizo esperar, se comenzaron a escuchar los sonidos, cada vez más
cercanos, de los helicópteros. Se daba comienzo a una verdadera caza
antisubmarina, en la que los ingleses eran especialistas. Buques y helicópteros
eran los cazadores y el San Luis, la presa.
De cazadores y presas
Los argentinos eran
rastreados con sonoboyas (combinación de sonar y boya), que son sistemas sonar
que se lanzaron para su búsqueda y detección desde los helicópteros
perseguidores. Con la intención de destruir al submarino usaron torpedos
lanzados desde plataformas aéreas.
Los marinos
pudieron escuchar el silbido agudo del torpedo rumbo a ellos, un sonido
creciente, acercándose al San Luis. Leoncio Altamiranda recuerda esos tensos
instantes:
Errecalde dijo: “Torpedo en el agua” Yo no escuché nada, solo la voz de Errecalde diciendo: “Va a pasar por babor”. Recuerdo que el submarino hizo una inmersión profunda, rápida, y un giro... yo decía y pensaba, “¿dónde nos va a pegar?”. Gonzalito empezó a largar falsos blancos. Sacó y tiró como cuatro o cinco falsos blancos y evidentemente surtieron efecto. Allí comenzó nuestra odisea.
Nuevas sensaciones
empezaban a sentirse, de una guerra como no se había visto antes. Rafael Guaraz
recuerda e intenta explicar aquello con palabras:
Después de escuchar al sonarista que anuncia “torpedo en el agua en acercamiento”, se escuchaba (a través del equipo DUUX) el sonido enloquecedor que provocaba la hélice del torpedo. Sé que fueron solo algunos segundos, pero en ese momento, percibido como en una cámara lenta, parecía que no pasaba más. Pero no era solo el sonido, sino tomar conciencia de que, si ese torpedo chocaba con el submarino, era el fin de todo.
El comandante
Azcueta guió al buque a profundidad, intentando alejarse de las amenazas. Le
ordenó al cabo González eyectar un Alka Seltzer, es decir, lanzar falsos
blancos para desviar al amenazante torpedo inglés que se aproximaba.
Oscar Serrano
rememora la desesperada maniobra de su compañero:
El gordito González, el artillero de a bordo le decíamos... Creo que ni él sabe cómo metió los falsos blancos... Se comenzaron a lanzar falsos blancos. Pasaron 5, 6 minutos. Interminables... hasta que pasó todo.
Y continúa con su
relato del interminable ataque inglés:
Cuando se dijo: “Rumor hidrofónico. posible torpedo”, me puse los auriculares y escuché. Torpedo próximo a la popa dijo. o sea que se venía. Entonces se ordenó lanzar falsos blancos y esa tarea era del “Chochi” González, y el director de señales está en el baño de personal. Esa maniobra tiene toda una secuencia de preparar el tubo, presionar, abrir llaves y este Gonzales. No esperaba presión, abría, entraba agua al baño y lanzaba. Él lanzaba. Ponía y lanzaba. Yo pienso que gracias a eso, a la celeridad que tenía él, que conocía bien la maniobra, fue gracias a los falsos blancos que nos escapamos.
El prolongado
ataque británico puso a prueba el temple de los hombres a bordo del submarino.
Estaban siendo sometidos a una exigencia nunca antes vivenciada. Ningún
entrenamiento previo se comparaba a la situación que estaban viviendo.
Delfino Vargas detalla la experiencia de ser atacados con bombas de profundidad, la sensación de miedo. En más de una oportunidad a lo largo del ataque, el San Luis tembló ante las explosiones que estallaban cerca del submarino.
Silencio... viene un helicóptero, dos, tres, y un buque, luego dos que eran los directores que dirigían a los helicópteros. Esos helicópteros son los que nos comienzan a atacar con cargas de profundidad. Yo hasta las doce del mediodía había contado 43 cargas... Los testículos se te suben... tenía algo en el pecho que no podía respirar.
Lo único que se
pudo hacer fue sumergirse y esperar. Era evidente que el submarino estaba
corriendo un gran peligro. Estaba recibiendo una lluvia de cargas de
profundidad.
A las 16:00 h el
San Luis maniobró hacia la costa malvinense y encontró el fondo pedregoso. Allí
“aterrizó”, a casi 6 nudos6, sobre la barra de teflón que tiene para
proteger el fondo del casco. Quedó en una forma inadecuada, escorada, pero allí
en el fondo del mar, en absoluto silencio, estaba presto a seguir soportando el
ataque inglés.
Los helicópteros
Sea King llegaban permanentemente y arrojaban sus cargas de profundidad. La
única arma defensiva del San Luis fue sumergirse en el fondo y allí esperar.
Las cargas de profundidad se sucedieron de manera continua.
El submarino se
mantuvo estático en el fondo del mar, acumulando horas sin renovar aire, mientras
el dióxido de carbono aumentaba peligrosamente en su interior. Por esa razón,
el capitán Azcueta ordenó a la tripulación abandonar los puestos de combate y
acostarse en sus literas, a fin de gastar la menor cantidad de oxígeno posible.
No podían estar levantados cuando no era su turno de guardia, para no consumir
tanto oxígeno debían permanecer en la cama.
Hacia las 21:00 h y
ante las evidencias de que el área se encontraba despejada de enemigos, Azcueta
ordenó iniciar tareas para despegar al San Luis del fondo marino y así poder
reiniciar su desplazamiento. En ese momento, la insuficiencia de las bombas de
achique se puso de manifiesto. Cuarenta minutos tardó el submarino para
despegar del lecho marino (Burzaco, 2000).
Logrado aquello, fue nuevamente atacado y una vez más debió volver al fondo. Quieto bajo el mar, las explosiones a su alrededor se hacían sentir una vez más. De nuevo, el silbido agudo de las bombas. Ese sonido creciente, acercándose al San Luis, y luego el impacto estruendoso sobre el fondo.
El ataque continuó
durante varias horas. Hacia la medianoche, la situación en la nave era grave.
No había posibilidades de hacer snorkel ni de subir para cargar baterías. Por
lo tanto, no se podían usar las luces y se estaba a oscuras. Pero había un
problema aún más grave: no se podía renovar el oxígeno.
El submarino estaba siendo sometido a un prolongado ataque con cargas de profundidad, que ya llevaba muchas horas. Pese a esto sus marinos mantenían sus ánimos bien alto. Cada uno de ellos permanecieron en sus puestos, firmes, en silencio, no hubo pánico de morir encerrados. Aunque todos pensaban esa posibilidad y había miedo, nadie estallaba.
Orlando Pérez recuerda ese oscuro clima que los rodeaba de la siguiente manera:
Sentí muchísimo miedo, uno buscaba aferrarse a los más fuertes, porque yo era el más joven... Sentí el olor a muerte, no puedo describir cómo es. No es a flor, no es a descomposición. Sentí el olor a muerte cuando nos atacaban, se formaba como una neblina, no era tierra. No sé qué era, era como un polvo blanco. el olor a la muerte.
Alberto Poskin,
quien junto a Rafael Guaraz operaba planos, describe aquella situación de
encierro y tensión:
Lo que a mí me quedó grabado fue el silencio dentro del buque. Cuando uno navega normal tenés el ruido de todo el buque, de todos los equipos: generadores, bombas, ventiladores del buque, aire que está saliendo. Cuando dicen “silencio sonar” se apaga todo. Es silencio de combate. Todo el mundo de zapatillas, no hacer ruido, a nadie se le cae una lapicera. nada. Todos esos ruidos se transmiten a través del casco, afuera.
A mí me quedó grabado eso.
A las 5 de la
mañana del 2 de mayo, en plena oscuridad y ante un mar embravecido, el
submarino San Luis buscó profundidad de snorkel y allí procedió a cargar
baterías. Esta operación permitía que los motores diésel tomaran aire, aun
permaneciendo sumergidos.
Finalmente, llegó la mañana. El día anterior fue, para muchos de los tripulantes,
el día más largo de sus vidas. Rafael Guaraz (1982) se tomó unos minutos, antes
de que lo venciera el cansancio, para escribir en su . diario algunos detalles
de lo ocurrido el día anterior:
Creo que el día 1 de mayo de 1982 quedará grabado en mi mente y en la de todos los que estamos aquí como el día más largo, angustioso, infeliz y desesperado de todos los vividos hasta ahora. Nunca yo, hasta ahora, me sentí tan cerca del fin como ayer.(s. p.).
Solos contra todos
Luego del
hundimiento del ARA Belgrano, producido el 2 de mayo, la flota argentina optó
por alejarse de la zona de combate. Solo un buque de guerra de la Armada
permaneció en aguas malvinenses, el submarino ARA San Luis.
El San Luis
prosiguió su patrulla de combate. A casi un mes de zarpar de Mar del Plata, la
vida en el submarino se hacía más intensa y dura. Pese a las noticias que se
recibían a bordo, se hallaban aislados del mundo, sin ver la luz natural. Era
el momento de ser fuertes mentalmente y demostrar que su preparación había sido
la correcta para enfrentar este tipo de circunstancias. En tal sentido, Juan
Carlos Herrera dice: “A partir del 1 de mayo el silencio fue asombroso. total.
Andábamos en medias, nos poníamos otros pares con tal de no hacer ruido”.
Los marinos estaban
sumidos en una rutina diaria que se mantenía incólume, sin cambio alguno.
Mantenerla era clave para que los hombres evitaran la ansiedad y el estrés al
cual estaban siendo sometidos. Las horas se les pasaban entre la realización de
sus tareas a cargo y el estar acostados en las literas, haciendo el menor ruido
posible. En el caso de los sonaristas, que eran los oídos ante las amenazas del
mundo exterior, sus quehaceres acontecían alrededor del sonar.
Alberto Poskin
rememora recuerdos de cuando pasaba por los pasillos, por la zona del sonar:
Los sonaristas dormían ahí. Uno pasaba por allí y casi que los pisaba. Tenían bolsas de dormir y dormían ahí, al pie del sonar.
Las condiciones de vida a bordo eran duras. Había calefacción, pero no se podía usar. Era habitual que sus tripulantes se movilizaran por el submarino a oscuras, solo con las luces rojas y verdes de los equipos electrónicos. Generalmente, andaban con doble par de medias, para no emitir sonido al caminar. Recuerdo que hacía mucho frío. Yo dormí durante aquellos días con doble equipo de ropa.
También debían
ahorrar agua debido a su escasez. Por lo tanto, la higiene no era abundante. No
se afeitaban y, para ahorrar el líquido elemento, no se podían bañar. Rafael
Guaraz (1982) anotaba en su diario:
Hoy se cumplen ya dos semanas que no nos bañamos. El olor que tendremos encima debe ser terrible, pero nosotros no lo sentimos, de lo impregnado que estamos.
Todos, sin excepción, nos dejamos la barba y ya pasaron los días en que picaba. Algunos tienen más, otros menos, pero todos trataremos de lucirlas cuando entremos a puerto (s. p.).
Serrano, por su
parte, agrega: “El oro líquido era el agua dulce... era lo más sagrado a bordo.
Bañarse, ni ahí. Veintiún días sin bañarnos. Teníamos una coraza, ni frío
sentíamos. Algunos dormían con el salvavidas”.
Pese a las
privaciones, el San Luis proseguía su solitaria lucha.
El 8 de mayo un
nuevo desafío los aguardaba. Era el momento de un nuevo combate, a la hora de
prepararse se podía ver en los hombres una actitud diferente.
El espíritu había
cambiado en la batalla del 1 de mayo. Ya eran guerreros, probados en acción.
Habían pasado por su bautismo de fuego y, por ende, esa experiencia se
manifestaba en cada uno de sus movimientos. Habían sentido ya el miedo, la
adrenalina de atacar y ser atacados. Eran un equipo, los hombres estaban consustanciados
entre sí y también con el San Luis.
Esta vez el blanco
era presumiblemente un submarino, una cuestión que no fue confirmada. Pudieron
saber que estaba a corta distancia y se acercaba amenazadoramente al San Luis7.
Los argentinos prepararon un torpedo antisubmarino MK-37 y a las 21.40 h
Azcueta ordenó, una vez más: “Fuego”.
Nuevamente, la
sensación generalizada de la adrenalina y la ansiedad mientras el torpedo era
lanzado y buscaba, de manera alocada, su blanco. Los segundos transcurrieron
lentamente. Los marinos contaban los interminables minutos. Esperaban la
explosión. Y esta vez se escuchó un enorme estruendo, ocurrido quince minutos
después del lanzamiento. Sin embargo, no pudieron saberse los resultados del
ataque. El comandante ordenó realizar maniobras evasivas y lanzamientos de
falsos blancos. No se pudieron saber los efectos del ataque porque el
lanzamiento del torpedo, una vez más, no fue preciso.
El 10 de mayo dos
buques de la Armada Inglesa se encontraban en las cercanías de la boca del
estrecho de San Carlos. Se trataba de las fragatas HMS Alacrity, y HMS Arrow.
La primera de ellas había ingresado al
estrecho. Su objetivo era descubrir si esas aguas habían sido minadas por los argentinos. También perseguían un objetivo secundario: probar si había defensas costeras en la zona. Para aquella fecha, el comandante Sandy eWoodward tenía en mente desembarcar en las cercanías.
El submarino patrio
se encontraba en las cercanías de la entrada norte del estrecho de San Carlos
cuando, a la tarde, el equipo sonar detectó un buque en la superficie, que se
dirigía hacia ese lugar. Sin embargo, el capitán Azcueta, sabiendo por
experiencia que los ingleses solían volver por el mismo camino que habían
venido, decidió atacar a su vuelta desde una posición más ventajosa.
La Alacrity, en su
misión por el estrecho de San Carlos, se había encontrado con el buque ARA Isla
de los Estados y lo había hundido con fuego de cañón. A su vez, la Arrow había
esperado a la su compañera al norte del estrecho, para volver juntas al núcleo
de la flota inglesa.
Pasaron las horas
hasta que, a la medianoche, las dos naves británicas arribaron al área, donde
fueron presas del sonar del San Luis, que las detectó.
Una vez más, el submarino abrió fuego, y una vez más, el torpedo no explotó sobre el blanco elegido. Una frustración más se apoderó del espíritu de sus tripulantes. Y otra vez podemos imaginar esa escena a través de la letra impresa del cuaderno negro de Guaraz (1982), quien dejó escrito en su diario pormenores del ataque.
En el momento del contacto se cubrió puesto de combate, eso fue a las 16 h de ayer... Pensamos que ese buque fue a cañonear a Puerto Argentino o a Puerto Darwin y que iba a volver por la misma zona. Nos quedamos a esperarlos y no nos equivocamos. Pero aparecieron dos buques y a partir de ese momento se volvieron a vivir las mismas sensaciones del 1 de mayo.
Atacamos, lanzamos un torpedo que desgraciadamente no dio en el blanco y seguimos aproximándonos a ellos y cuando creíamos que nos iban a atacar, huyeron. ¡Eran dos buques! ¡¡Y pasamos por entre los dos!! Sabíamos que sin la computadora nuestra efectividad estaba muy disminuida y lo de anoche (ya esta madrugada) nos lo demostró. En otra oportunidad, y por la distancia a la que nos acercábamos, a un buque, por lo menos, tendríamos que haberlo partido por la mitad y ¡qué buena venganza por lo del Belgrano podría haber sido! (s. p.).
Azcueta informó a
sus superiores las experiencias bélicas y los problemas operacionales de la
nave. El Comando de la Fuerza de Submarinos ordenó que la unidad regresara a su
base de operaciones.
Y así fue
alejándose, del estrecho de San Carlos primero y de las islas Malvinas después.
La emboscada
Mientras tanto, los
hombres del San Luis desconocían que eran intensamente buscados por el enemigo.
El submarino HMS
Valiant recibió como misión encontrar al ARA San Luis en su regreso a puerto y
atacarlo por sorpresa. De acuerdo a la información que poseía el capitán
inglés, el San Luis se encontraba en tránsito hacia su base en Mar del Plata.
Por lo cual decidió trasladar su nave hacia una posición cercana. Se ubicó
cerca de la costa, entre las dos bases más importantes: Mar del Plata y Puerto
Belgrano.
Una vez ubicado estratégicamente, el Valiant esperó listo para atacar. La tarea se presentaba complicada ante la presencia de numerosos pesqueros que faenaban en la zona, por lo que se tenía que afinar el oído y la vista más de lo normal (Guerrero del Campo, 2016).
Tras varios
contactos de sonar que finalmente resultaron ser pesqueros, se recibió uno
nuevo que, presumiblemente, podría haberse tratado del ARA San Luis. Los
ingleses se prepararon para atacar. Sin embargo, por un lado, la fauna marina
del lugar no contribuyó a una identificación clara y limpia, que les permitiera
arremeter. Por otro lado, el “blanco” se dirigía hacia el sur, cuando el
Valiant tenía información de que iría hacia la base de Mar del Plata, hacia el
norte.
El buque inglés
continuó esperando, las horas fueron pasando y el San Luis no llegaba.
Finalmente, el Valiant se rindió en su objetivo: pese a la información que
contaba, no había podido encontrar a nuestro submarino.
¿Qué había pasado?
El capitán Azcueta, sabiendo de la amenaza de los submarinos ingleses en su ruta de regreso, amagó dirigirse hacia el puerto de Mar del Plata, pero su objetivo fue la base de Puerto Belgrano. La táctica de distracción había funcionado. El San Luis se había escapado, una vez más, de las amenazas británicas.
Finalmente, la
noche del 19 de mayo, luego de 39 días de patrulla y 864 horas de inmersión, el
submarino ARA San Luís ingresaba a Puerto Belgrano. Sin saberlo, su guerra
había terminado.
Conclusiones
Mucho se ha escrito
sobre la Guerra de Malvinas, la cual es vista en general como una “locura” o
como una “aventura” del gobierno militar. Sin embargo, estas metáforas, válidas
quizás en la inmediata posguerra, no lo son en la actualidad, ya que ese
reduccionismo no permite ver las complejidades que necesariamente tuvo un hecho
de tamaña magnitud como lo es una guerra. Se trató, por sobre todas las cosas,
de un error estratégico. Uno grosero.
La Argentina creyó que esta crisis con Inglaterra se iba a resolver diplomáticamente. Las escasas chances de resolver el conflicto en favor de nuestro país desaparecieron en los primeros días de abril. Por el contrario, Gran Bretaña, desde el primer momento, tuvo en claro que esta crisis debía resolverse por la vía militar; la diplomacia, en todo caso, ayudaría a ganar tiempo para organizar el dispositivo militar en el Atlántico Sur.
Cuando un plan
estratégico está equivocado, las tácticas están condenadas a fracasar. Los
submarinos argentinos no fueron la excepción. Una vez producida la recuperación
de las Malvinas, estos recibieron la orden de prepararse para zarpar. Como hemos visto
en el correr de estas páginas, las condiciones de estas unidades distaban de
ser las mejores.
Uno de los primeros inconvenientes que tuvo que enfrentar el San Luis, tal como vimos anteriormente, fue que gran parte de su tripulación había sido destinada al buque muy poco tiempo antes, incluso el comandante del submarino, Fernando Azcueta. Por lo tanto, la mayoría del personal se encontraba “conociendo” al buque cuando recibieron la orden de alistarse para marchar hacia el sur. Una vez que se zarpó, el comandante recibió la orden de no abrir fuego en el caso que se encontrase con una nave enemiga. El San Luis patrulló en la zona de exclusión desde el 20 al 30 de abril sin autorización para usar sus armas. En su camino hacia la zona Malvinas, se produjo la avería de la computadora control tiro, esta fue una limitación que resultaría determinante en el uso de armas. Aun así, los argentinos estuvieron amenazando a la flota inglesa durante 18 días, realizando ataques en tres oportunidades y siendo atacados ferozmente por helicópteros, barcos y submarinos enemigos.
A la hora de
realizar un balance, debemos consignar que el submarino ARA San Luis produjo
una enorme preocupación a la Royal Navy, causando, entre otras cosas, el gasto
de una cantidad muy importante de armas antisubmarinas. Acechó y fue acechado
por una de las flotas más importantes de ese momento y, pese a ser intensamente
buscado, logró salir indemne de la búsqueda británica. Fue la única nave de
guerra que logró romper el bloqueo británico en torno a las islas, debiendo
para ello enfrentar sola y sin apoyo, a un formidable enemigo, experto en
guerra antisubmarina. El San Luis creyó, a diferencia de otros, que era posible
vencer a los ingleses.
Tripulación del ARA San Luis a su llegada a la Base Naval Puerto Berlgrano - 1982 |
REFERENCIAS
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del ARA San Luis durante la Guerra. Boletín del Centro Naval, 125(816),
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Fuentes primarias (entrevistas)
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de 2012). Entrevista con Altamiranda Leoncio [VGM. Tripulante del submarino San
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Melara, P. (abril de 2012). Entrevista al Capitán Azcueta Fernando [VGM. Comandante del submarino San Luis en la campaña Malvinas].Grabación en audio. Mar del Plata.
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Melara, P. (abril 2020). Entrevista realizada a Cuevas
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Entrevista vía web.
Melara, P. (abril 2020). Entrevista realizada a Diaz
Julio [VGM. Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas].
Entrevista vía web.
Melara, P. (mayo de 2011, marzo de 2012, febrero de
2014). Entrevistas realizadas a Guaraz Rafael [VGM. Tripulante del submarino
San Luis en la campaña Malvinas]. Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (abril de 2012). Entrevista realizada a
Herrera Juan Carlos [VGM. Tripulante del submarino San Luis en la campaña
Malvinas]. Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (abril de 2012). Entrevista realizada a Pérez
Orlando [VGM. Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas].
Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (mayo de 2011, marzo de 2012 y junio de 2014). Entrevistas realizadas a Poskin Alberto [VGM. Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas]. Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (junio de 2011). Entrevista realizada a
Serrano Oscar [VGM. Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas].
Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (mayo de 2013). Entrevista realizada a Vargas Delfino [VGM.Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas].Grabación en audio. Mar del Plata.
Melara, P. (abril de 2012). Entrevista realizada a Rivero Damián [VGM.Tripulante del submarino San Luis en la campaña Malvinas]. Grabación en audio. Mar del Plata.
NOTAS
1. Los primeros
entrevistados, Rafael Guaraz y Alberto Poskin, además de fotos, documentos y
experiencias personales, proporcionaron contactos. Afortunadamente, un gran
número de veteranos de guerra del submarino San Luis vivían en Mar del Plata,
por lo que se los pudo contactar. En cuanto a los que no residían en la ciudad,
se contó con la suerte de que suelen visitarla al menos una vez por año, en
abril. Todos los años, a fines de ese mes, se recuerda en la Base Naval Mar del
Plata y en su Museo, el bautismo de fuego de la Fuerza de Submarinos. Allí, los
tripulantes del Santa Fe y del San Luis se reúnen y son parte de la
recordación. Suelen también aprovechar a compartir un momento especial con sus
viejos compañeros. Esta fue la oportunidad para encontrarme con tripulantes que
viven en otras ciudades. La primera entrevista fue en mayo de 2011 y la última
en abril de 2020. En ese lapso fui recibido en sus casas, donde compartieron
conmigo sus recuerdos, fotos y espacios especiales donde atesoraban recuerdos
sobre la guerra, el submarino y sus camaradas. En un contexto de pandemia, ante
el confinamiento obligatorio del 2020, los últimos testimonios llegaron de
manera virtual.
2. El 8 de abril, Inglaterra
había impuesto la zona de exclusión marítima en un perímetro de 200 millas
náuticas alrededor de las Malvinas. Cualquier nave militar o auxiliar argentina
sería considerada hostil y, por ende, podía ser atacada. Esto coincidió con la
llegada de los primeros submarinos ingleses al Atlántico Sur. El día 29 de
abril, ya con toda la flota tomando posición de ataque, esta situación
evolucionó e Inglaterra decretó la zona de exclusión total.
3. El sonar pasivo no emite sonidos, es decir, solo escucha para no ser
detectado por buques hostiles.
4.De no indicarse otra fuente, las palabras de los protagonistas, en todo
el apartado, provienen de las entrevistas realizadas por el autor en el marco
de la investigación, entre mayo de 2011 y abril de 2020.
5. A modo de referencia, 9000 yardas son, aproximadamente, 8200 m.
6. A modo de referencia, 1 nudo equivale a 1852 kilómetros por hora.
7. La antropóloga Rosana Guber analiza el vínculo entre el hombre y la
máquina, utilizando el término persona castrense. En este sentido, se sugiere
consultar su estudio etnográfico con veteranos de la Guerra de Malvinas que
tripularon los aviones A-4B de la Fuerza Aérea Argentina (Guber, 2020).
El San Luis. Memorias de un submarino argentino en la Guerra de Malvinas
Pablo Javier Melara / [
Malvinas en Cuestión, (1), e006, 2022
ISSN 2953-3430 | https://doi.org/10.24215/29533430e006
https://revistas.unlp.edu.ar/malvinas
Universidad Nacional de La Plata
La Plata | Buenos Aires | Argentina
https://orcid.org/0000-0002-3216-1373
Facultad de Humanidades.
Universidad Nacional de Mar del Plata
Argentina
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