A 100 metros de profundidad, en el fondo del gélido Mar de Barents, un submarino nuclear ruso se convirtió el 12 de agosto de 2000 en una trampa para toda su tripulación. El sábado -el viernes, según otras versiones- se produjo una explosión en el interior del K-141 Kursk. Las autoridades rusas trataron de mantener en secreto la catástrofe, pero los problemas para rescatar a los 118 marineros con sus propios medios les empujaron a lanzar un SOS internacional.
La tripulación del Kursk, en una foto tomada en una parada en Severomorsk, en julio de 2000.
A 100 metros de profundidad, en el fondo del gélido Mar de Barents, un submarino nuclear ruso se convirtió el 12 de agosto de 2000 en una trampa para toda su tripulación. El sábado -el viernes, según otras versiones- se produjo una explosión en el interior del K-141 Kursk. Las autoridades rusas trataron de mantener en secreto la catástrofe, pero los problemas para rescatar a los 118 marineros con sus propios medios les empujaron a lanzar un SOS internacional.
Inglaterra y Noruega enviaron su ayuda, pero el oscurantismo y lentitud de los rusos no permitió rescatar a nadie con vida. Día tras días las versiones sobre las causas del accidente fueron variando: el Kursk chocó contra un barco, contra una mina de la II Guerra Mundial, contra un objeto no identificado. Primero fueron estadounidenses, franceses y británicos quienes aseguraron tener información suficiente para afirmar que el accidente se produjo por una fuerte explosión en el interior del submarino. Hasta comienzos del año 2001 el Gobierno ruso no reconoció esta hipótesis.
Esta son las informaciones que se elaboraron nada más producirse la catástrofe y que poseen el valor histórico del momento. Escalofriante leerlas y observar las imagenes de nuevo.
La tumba de metal
Domingo, 20 de agosto de 2000
Nicolai Cherkashin, escritor y capitán de Marina en la reserva, fue comandante en un submarino ruso. Sirvió en la Flota del Norte, a la que pertenece el Kursk, la nave nuclear hundida en el ártico. Un nuevo drama para incluir en el libro que prepara sobre catástrofes navales de la gran potencia. Desde Moscú, Cherkashin relata la tragedia vivida por los 118 marineros atrapados a más de 100 metros de profundidad
El comandante estaba junto al periscopio cuando le llegó el estruendo de un terrible impacto. Probablemente le dio tiempo a gritar: «¡Echad aire en el compartimento central!». Pero ya nada podría haber salvado al submarino. El gigante de acero murió de inmediato, sin poder emitir nada, ninguna señal de auxilio.
Recibió el duro golpe, como si se tratara de un ariete, en la sien, el lugar más vulnerable, el puente de mando, posiblemente entre el primer compartimento y el de proa. Quizá nunca se sepa lo que abatió al Kursk el sábado de la semana pasada, pero es posible imaginar lo que vivieron sus marineros en los últimos minutos antes del hundimiento. El monstruoso estallido causado por el agua al entrar de golpe, el silbido del aire comprimido, un haz de chispas producto del cortocircuito en la sala de máquinas...
Luego siguió un gran choque en el fondo del mar y un aterrador silencio en los compartimentos que no habían sido inundados. La luz se apagó, después de que se parara el corazón energético de la nave. El mecanismo de protección de los reactores nucleares actuó de forma automática. En el Kursk hay dos. Inmediatamente se inundaron los fosos de los acumuladores que se encuentran en el segundo compartimento. En la oscuridad sólo se veía una luz fosforescente en los indicadores de profundidad. Sus manillas negras se quedaron paradas cuando marcaban 108 metros.
Escapar del compartimento averiado y trasladarse a otro en buen estado está totalmente prohibido por el Estatuto Naval y el Código de Honor de los marineros rusos. Cada uno debe permanecer en su puesto hasta el fin, tratando de impedir que el agua o el fuego se propaguen por el barco. Por eso, lo previsible es que en los primeros minutos de la catástrofe muriera la mayor parte de los 118 miembros de la tripulación. Se encontraban en la parte más poblada de la nave, en el segundo compartimento y en el primero de torpedos. Ahí está el cerebro del submarino, el puente de mando, en el cual se hallaban 18 personas a causa de la alerta roja.
Lo único que les pudo dar tiempo a hacer en el puesto central fue inyectar aire en las cisternas de lastre de estribor. Babor estaba dañado. Pero esta maniobra resultaba inútil. Peor aún, la gran masa del Kursk había escorado precisamente a babor. Este desplazamiento dificultará a los equipos de rescate llegar hasta la popa del submarino hundido.
Me puedo imaginar la epopeya del Kursk porque en esas mismas aguas del Mar de Barents comenzó mi servicio militar en submarinos. Durante decenas de veces, como centenares de otros barcos, nuestra nave cruzaba las aguas bajo las que se halla el Kursk, unos lugares bien conocidos por la Armada rusa. Allí están ubicados los polígonos de tiro de la flota de submarinos del Mar del Norte. Esas zonas aparecen señaladas en todas las cartas de navegación y los buques que pasan por sus inmediaciones deben de guardar una prudencia extrema... Y, a pesar de ello, el hundimiento me recuerda al golpe de ariete causado por un barco de carga, un petrolero o un rompehielos...
Varada desde hace nueve días, la nave va deslizándose poco a poco en el fango. Las previsiones más optimistas indicaban que las reservas de oxígeno en su interior podían prolongarse hasta el día 25, pero nadie sabe a ciencia cierta la situación en el interior. En la oscuridad completa, los supervivientes deben aguardar sentados o tumbados, aguantando una temperatura de cuatro grados centígrados y pensando en la asfixia, una muerte terrible. El martes, los marineros dejaron de golpear el casco. Convertido en un inmenso sarcófago de acero, el submarino hace honor a su triste nombre. En 1943, entre Rusia y Ucrania, la Batalla de Kursk fue una de las más fieras de la II Guerra Mundial. Lucharon más de un millón de hombres.
Periscopio Izado
El sumergible yace en el fondo del mar no lejos del lugar donde en 1961, de un modo igualmente inesperado y sin dejar huellas, se hundió con toda su tripulación el submarino diesel S-80. Sólo fue posible encontrarlo y rescatarlo siete años después. El Kursk fue localizado en menos de un día. Está a 48 millas marinas de la costa, muy escorado y con el periscopio del comandante izado. Este es un detalle muy importante y puede decirnos mucho sobre las causas del hundimiento. La desgracia ocurrió a la profundidad a la que se iza el periscopio. Al parecer, mientras subía a la superficie para una sesión de comunicación. Esta distancia es más peligrosa para los submarinos que la profundidad máxima, ya que los sumergibles de todas las flotas del mundo, más de una vez y más de dos, han ido a parar bajo los cascos de los barcos. Se fueron a pique, a consecuencia del choque, cuando se encontraban precisamente a la profundidad de periscopio.
Pero, subrayo: esto es solamente una suposición, las mismas que se desataron hace 11 años.
En 1989, en el Mar de Noruega, tras sufrir un gran incendio, se hundió el submarino Komsomolets, una de las joyas de la Armada rusa. Ahora, igual que entonces, la flota de Moscú pierde el barco más moderno. ¿A qué se debe la tragedia? ¿Un acto de sabotaje? ¿Circunstancias de fuerza mayor? ¿Una triste rutina?
¿O puede deberse a un desafío al destino? Las televisiones han mostrado estos días un vídeo, en el que se ve la ceremonia de la botadura del Kursk. El comandante Liachin se santigua con grandes aspavientos y lanza contra el casco la tradicional botella de champán. Pero, de acuerdo con la costumbre naval, esto lo tenía que haber hecho una mujer, la madrina del buque. Como dice un refrán ruso, una vez botado el barco al mar, ha sido entregado a las manos de Dios.
En el caso del Kursk, desde el primer momento se cernió un secretismo total. La tripulación del Komsomolets mantenía una comunicación estable con las autoridades y se sabía la causa del accidente: un incendio... Los marineros del Kursk sólo han dado unos leves golpes desde dentro del casco: tres puntos, tres rayas, tres puntos, SOS. Y ninguna otra información.
Más de 100 personas angustiadas bajo el agua... Más de 100 hombres inteligentes, preparados para enfrentarse a cualquier riesgo. La madre de Dima, de 19 años, estaba contenta porque su hijo se había salvado de ir a Chechenia. Le creía seguro navegando en las heladas aguas del ártico. Dima se enroló en la Armada junto a su mejor amigo, Lyosha Nekrasov, también de 19 años, con el que aparecía siempre en las fotos que mandaba a su madre. Les separan de la superficie 108 metros de profundidad y varios centímetros de acero. Hacerse a la idea de que esta distancia es insalvable es tremendo, tanto para los equipos de rescate, como para los familiares. Es más fácil aterrizar en la Luna que llegar hasta la popa del submarino averiado. ¿Por qué? Porque el fondo del mar es mucho más inescrutable que las inmensidades del Universo. Cuando los sumergibles exploraban las profundidades hasta una distancia máxima de 300 metros, el hombre ya se había elevado sobre la Tierra a miles de kilómetros.
Sin embargo, ha habido rescates inverosímiles. En una ocasión, el marinero de un remolcador salió a tirar la basura por la borda cuando escuchó el sonido de un teléfono. Lo veía y no lo creía: el sonido salía de la cresta de la ola. Informó al capitán. Se acercaron y vieron el teléfono sobre una boya. Lo había lanzado la tripulación de un submarino hundido. Sacaron el auricular de una cajita y se pusieron en contacto con los marineros, que fueron rescatados.
Pero también hubo casos de submarinos hundidos al lado del muelle, como el británico Tetis, que permanecen en el fondo del mar, con sus náufragos...
En el caso del Kursk, ningún batiscafo, ni ruso ni extranjero, podrá salvar a nadie si no consigue abrir la escotilla de popa. Si los marineros no lograron salir nadando por esta escotilla, la puerta se habrá atascado a causa del golpe en el fondo del mar. ¿Se podrá abrir desde fuera? A veces es preciso destrozarla a mazazos. La avería de la escotilla del submarino K-8, otra nave accidentada, no permitió la apertura después del incendio que sufrió y que costó la vida a 16 marineros. Se consiguió abrirla desde fuera con mucha dificultad, cuando la nave ya fue reflotada.
Si el Kursk hubiera sufrido tan sólo una «avería técnica», como se anunció en un principio, sus marinos se habrían salvado, subiendo hasta la cámara de salvamento autoflotante y de ahí a la superficie y hacia la vida...
Los constructores dotaron al Kursk con tres salidas: a través de los tubos de los torpedos, en el compartimento de proa; por las escotillas de entrada del puente de mando y por la cámara autoflotante ligada a él, donde caben 130 personas; y, finalmente, a través de la escotilla de popa del compartimento noveno.
Pero, incluso en una fábrica, cortar una capa de acero como la que recubre al Kursk es tremendamente complicado. Y más a una profundidad de más de 100 metros y con fuertes corrientes marinas.
Los submarinos se construyen para combatir y no para facilitar las labores de rescate. La prioridad es la ubicación del armamento. «No se puede debilitar la capacidad de combate de nuestros submarinos», afirma el almirante británico Taylor, «ubicando en ellos un equipo de salvamento demasiado sofisticado y de grandes dimensiones». El as soviético del servicio de salvamento, el contraalmirante Nikolai Chiker, en parte está de acuerdo con él y en parte no: «¿Es correcto privar a la tripulación de un submarino de la esperanza de salvarse a una profundidad superior a 60 metros?».
En los sumergibles rusos de última generación, después de muchos debates, se han instalado CAS (Cámaras Autoflotantes de Salvamento). En una cabe toda la tripulación. Sólo ha sido utilizada la del Komsomolets. Lograron entrar seis marineros y sobrevivió uno, el alférez Sliusarenko. He conseguido hablar por teléfono con él, la única persona en el mundo que consiguió salvarse y salir a la superficie desde una profundidad de un kilómetro y medio: «Sí, a mí me vino Dios a ver. Yo quería vivir por encima de todo. Incluso cuando me quedé solo en medio del Mar de Noruega, en sus heladas aguas, confiaba en salvarme. Y la ayuda llegó del cielo, me vio un avión, avisaron a unos pescadores y ellos me recogieron...».
Y antes del Komsomolets (o K-278) se hundieron el K-219, el K-129, el K-19, el K-8... Detrás de cada número, una tragedia, viudas y huérfanos... En la catedral naval de San Nicolás, en San Petersburgo, ya no hay sitio para las placas con los nombres de los fallecidos. En Murmansk, en el ártico, los familiares de los marineros del Kursk esperan angustiados algún desenlace. En los cementerios de la ciudad se están cavando fosas mientras circulan listas con los nombres de la tripulación. Esas listas son secreto militar y los parientes de los marineros sufren la incertidumbre de no saber quién se encontraba exactamente en la nave.
En tiempo de paz han perecido más marineros rusos que servían en submarinos que los que lucharon en ese tipo de naves durante la Guerra entre Rusia y Japón, la I Guerra Mundial y la Guerra Civil rusa, todas juntas. ¿Qué clase de años de paz han sido éstos? A lo largo de la Guerra Fría hemos perdido 507 tripulantes de submarinos, cinco sumergibles atómicos y seis de propulsión diesel. Nuestros oponentes, la Marina de Guerra de Estados Unidos, solamente dos submarinos nucleares. Como demuestra el hundimiento del Kursk, la Guerra Fría en el océano no ha terminado.
Colisiones
El comandante en jefe ruso, almirante Vladímir Kuroyédov, ha insistido en que la nave chocó con un objeto. Washington informó de la presencia de dos de sus submarinos atómicos en la zona de entrenamiento de la Flota Rusa del Norte y, al mismo tiempo, se apresuró a declarar que ninguno de los dos colisionó con el Kursk. ¿Nos creemos los rusos la información de los militares estadounidenses a pies juntillas? Difícilmente... Y más aún después del suceso del K-19, como ha recordado su contraalmirante, Vladimir Lebedko: «En la noche del 14 al 15 de noviembre de 1969 yo era comandante del submarino atómico K-19. Nos encontrábamos cerca del Mar de Barents. Era por la mañana temprano. El primer turno de combate se disponía a desayunar. A las 7 h. ordené descender a 70 metros. Un oficial me informó: El horizonte está limpio". Y al cabo de tres minutos, un terrible golpe hizo temblar el barco. El submarino se precipitaba impetuosamente al fondo del mar. Di la orden de echar aire en una cisterna y conseguimos emerger. Examiné el mar y no había nadie. Miré a la parte de proa: una gigantesca abolladura copiaba exactamente el trazado del casco de otro submarino. Después supimos que se trataba de la nave atómica americana Gatoo. Se mantenía bajo el agua, sin moverse».
«Este choque», afirma un experto norteamericano, «pudo costar al mundo la guerra. El oficial de minas del Gatoo concluyó que los marineros rojos querían hundir su barco a cualquier precio. Estaba dispuesto a lanzar un torpedo antisubmarino y, a continuación, otros tres torpedos con cabezas nucleares. Menos mal que al comandante le dio tiempo a parar a su subordinado».
El Gatoo logró salir a flote y su comandante, el capitán Lawrence Burhard, recibió la máxima condecoración de Estados Unidos. «Al menos a nosotros no nos castigaron, les estamos muy agradecidos por ello...», dice el contraalmirante Lebedko. Otros incidentes entre naves rusas y estadounidenses pudieron provocar la guerra. En el Pacífico, a 750 millas de Hawai, el submarino americano Shortfish chocó bajo las aguas con el portamisiles soviético K-129, que se hundió. En la Península de Kola, el submarino atómico ruso K-407 colisionó con la nave norteamericana Grayling en marzo de 1993.
El almirante Kuroyédov menciona otras posibles causas de la catástrofe del Kursk: una mina flotante de la II Guerra Mundial, una avería de los timones cuando iba a toda máquina... «Yo no puedo entender qué ha podido ocurrir con el Kursk», dice atormentado el capitán Arkadi Yefanov, ex comandante del Smolensk, una nave del mismo tipo. «Incluso llego a pensar que ha sido un sabotaje».
«El 55% de los accidentes que sufren los submarinos se debe a fallos humanos de la tripulación; el 21%, a accidentes por causas desconocidas», afirma el analista A. Narusbaev. El hundimiento del Kursk se ha atribuido a ese 21%. Es posible que alguno de los miembros de la tripulación haya tenido tiempo de dejar anotaciones de cómo y por qué ocurrió todo.
Para encontrar esas pruebas, como mínimo, hay que bajar y acoplar una campana o cualquier otro artefacto submarino a la superficie del compartimento del periscopio y agarrarse firmemente a él. Es dudoso que lo puedan hacer aparatos extranjeros, cuyas piezas de acoplamiento son tan distintas de las rusos como son la diferente anchura de las vías de tren en Europa y en Rusia.
Por eso, las críticas por el retraso en aceptar ayuda extranjera carecen de fundamento técnico, como las que acusan al Gobierno de Moscú de haber comenzado tarde el rescate. El almirante Popov dio la orden de busca inmediatamente después de conocer la pérdida de comunicación. El, comandante de la Flota del Norte, se encuentra en el ojo del huracán. Como el presidente, Vladimir Putin, acusado de negligencia y de continuar de vacaciones a pesar de la tragedia. Paradójicamente, Putin es hijo de un oficial de submarinos y conoce como pocos políticos a la Armada. Pero las madres de los marinos les van a pedir cuentas a ambos.
Yo llamé en busca de palabras de consuelo a Irina Gueoguievna Zhuravina, que sufrió la pérdida de su marido en el submarino K-129: «En el Kursk yo no tengo ningún familiar, pero no me aparto del televisor con la esperanza de oír o ver una luz. Cuando murieron nuestros esposos, les rodeó un muro de silencio sórdido. Ahora por lo menos dicen y enseñan algo... Yo he pasado por ello y sé que ahora no hay palabras que puedan consolar o menguar la tragedia de los familiares... Y no deben de creer las promesas de los bondadosos funcionarios. Cuando se pasen las condolencias oficiales ellos dirán, como decían siempre, su clásica frase: Nosotros no enviamos a sus maridos al mar"».
Cuando se hundió el submarino K-129, algunas viudas se casaron inmediatamente de nuevo, para salvarse de la depresión. Otras siguen esperando a sus maridos después de 40 años...
Una Oracion
«Sin salvación no hay recompensa». Este es el viejo lema de los socorristas. Y aunque los servicios de rescate rusos hagan todo lo posible, no escucharán palabras de agradecimiento. Incluso ahora, cuando todavía no han terminado los trabajos de rescate, han comenzado los ataques por haber solicitado tarde la ayuda extranjera.
Los marineros británicos se dirigieron rápidamente al Mar de Barents para colaborar en la operación de salvamento. Su técnica es muy buena, e incluso mejor es la Oración de los marinos ingleses. No estaría mal que también la aprendiésemos los rusos: «Santo Dios nuestro, tus siervos que se encuentran en el fondo del mar acuden a ti. No nos dejes en la oscuridad de las profundidades marinas. Sácanos a la luz, pero de modo que no nos ceguemos. Tiende tu mano y empújanos suavemente, pero con decisión, hacia la salvación. Danos la posibilidad de volver a respirar aire y sentir una vez más la lluvia. Y preocúpate de aquellos que nos quieren y están tan lejos de nosotros...».
No se puede perder la esperanza... A veces también la mar es misericordiosa. En el compartimento de socorro décimo del submarino atómico K-19, 12 personas al mando del capitán Boris Poliakov sobrevivieron cerca de 40 días en completa oscuridad y total aislamiento del mundo exterior. Bien es verdad que les llegaba algo de aire...
Cuando la flota nuclear sale al mar, la pérdida de un barco equivale a una baja en tiempo de guerra. El marino Magomed Hazhiev, héroe de la Unión Soviética, que entregó su vida en el ártico, pronunció estas sabias palabras: «En ninguna parte hay tanta igualdad ante el destino como a bordo de un submarino. O todos vencen, o todos perecen».
El rescate del Kursk: la caja de sorpresas
La incertidumbre continúa rodeando a esta marina tumba colectiva. Resuelta ya la incógnita sobre que fue lo que precipitó la catástrofe del submarino -una explosión interna de torpedos-, el misterio vuelve a rodear su rescate. La opacidad parece ser el lenguaje que mejor habla el gobierno de Putin. Septiembre es el mes clave. Supuestamente las tareas de rescate que comenzaron el 12 de julio darán sus frutos dos meses más tarde: entre el 15 y el 20 de septiembre. Entre medias un amargo aniversario, el 12 de agosto.
Los reactores nucleares del Kursk supusieron una terrible amenaza para el medio ambiente al ser como bombas a las que ya se les ha quitado el seguro. A pesar de que el viceprimer ministro ruso Ilia Klebanov aseguró en diciembre del 2000 que la corrosión del casco de la nave no tiene porque provocar fugas radioactivas en los próximos diez años, lo cierto es que la necesidad de reflotar las 18.000 toneladas del submarino nuclear apremiaba.
La misión de rescate fue efectuada principalmente por dos compañías holandesas: Mammoet y Smit International. Ambas fueron contratadas por la Armada rusa para combinar sus mejores cualidades. Mammoet aportó sus años de experiencia en la recuperación y traslado de objetos pesados (fueron ellos quienes sacaron del Mar del Norte un mamut congelado), mientras que a Smit International se le considera la mejor compañía del mundo actuando bajo el mar. Todo el proceso, dividido en varias fases, consistió básicamente en agujerear el submarino para después insertar cables de acero que lo izaron desde una gigantesca barcaza situada justo encima.
La operación concluyó finalmente el 21 de octubre de 2001, más tarde de lo previsto por la Armada rusa, con la llegada al puerto de Rosliakovo, en la península de Kola. En ese dique flotante se recuperaron los cadáveres de su tripulación, se desarmaron sus 22 misiles y se desmontaron sus dos reactores. El submarino fue reflotado en primera instancia el día 8 de octubre desde su tumba a 108 metros de profundidad en el mar de Barents.
Enlaces
Ni las cámaras de televisión ni la todopoderosa red de redes consiguieron en principio las imágenes más preciadas de aquellos días: las del submarino ruso hundido en el mar de Barents - El web noruego que proporciona la información más completa sobre el hundimiento permaneció caído durante casi 24 horas el día siguiente al de la tragedia.
OLALLA CERNUDA | MADRID
En algún momento entre la tarde del viernes 11 y la mañana del sábado 12 de agosto de 2000 -según las últimas noticias- los 116 tripulantes del submarino ruso Kursk, que se encontraba haciendo unas maniobras en el mar de Barenst, sintieron que había llegado su hora. Al parecer, la nave descendió hasta las profundidades del frío mar para no ascender jamás, después de una fuerte explosión que fue registrada por algunos barcos cercanos. Hoy, un año más tarde, las ceremonias de conmemoracion se entremezclan con las de salvamento del Kursk, que será de reflotado en las primeras semanas de septiembre. La soperaciones de rescate en aguas cercanas al Círculo Polar Artico son seguidas de cerca desde la Red.
Las primeras noticias sobre la tragedia que se vivía en el submarino ruso comenzaron a llegar al mundo exterior en la mañana del lunes 14. A falta de las omnipresentes cámaras de la CNN, esta vez la Red sirvió como fuente de información para los medios de comunicación y los curiosos, que buscaban ávidos noticias de los marineros sumergidos. Los primeros en avisar del alcance de la noticia fueron los responsables de una página web noruega, la Fundación Bellona, que dada la proximidad del hundimiento, unida a la preocupación de los noruegos por el hecho de que el submarino utiliza propulsión nuclear, no tardó ni un par de horas en publicar la noticia.
El eco fue instantáneo. Tanto que el web se colapsó a primeras horas de la tarde y así se mantuvo hasta bien entrado el martes, debido a los 200.000 hits por hora que recibían sus servidores. Una nueva máquina ha servido para mantener el web en funcionamiento todo el año siguiente.
Mientras en Europa la información se recibía con cuentagotas, los rusos tampoco tienen muchos sitios donde elegir. Nezavisimaya Gazeta y Ria Novosti tienen información de última hora sobre el suceso, pero además de las barreras idiomáticas, hay que enfrentarse con otro problema. Al ser páginas escritas en cirílico son difícilmente visibles para los navegadores de la mayoría de los europeos o estadounidenses que las visitan.
Una de las pocas páginas hechas desde Moscú que se pueden leer en inglés también informa 24 horas al día de las últimas noticias sobre el hundimiento del Kursk, aunque siempre cita la versión "oficial" de la noticia. La otra posibilidad es la página oficial sobre las labores de rescate del Kursk, recién inaugurada.
Y como en la Red se puede encontrar casi de todo, también hay páginas dedicadas a resolver de la mejor forma posible situaciones tan dramáticas como esta. El Departamento de Defensa estadounidense tiene un web en el que informa de los procedimientos para rescatar tripulaciones de submarinos, qué hacer ante estos casos y un archivo de imágenes de sucesos similares. Además, han recopilado todos los datos sobre las embarcaciones que se dedican al rescate y apoyo de submarinos.
También son varias las páginas dedicadas a recopilar información sobre otros accidentes sufridos por submarinos en cualquier parte del mundo.
Los web con información sobre vehículos militares, sean éstos aviones, barcos o submarinos, han recibido miles de visitas estos días. En Janes, por ejemplo, han tenido que elaborar varios gráficos con el modelo hundido, así como con los submarinos que se dirigen al rescate. Lo mismo han hecho en páginas como la de World Navies Today.
La tragedia del Kurst ha hecho a los internautas revivir otra historia parecida que la gran mayoría de ellos sólo han conocido por la leyenda. Se trata del submarino Squalus, que en mayo de 1939 se hundió junto a las costas de Estados Unidos. Aunque 26 marineros murieron en el accidente, otros 32 fueron rescatados con vida del submarino 48 horas después de su hundimiento. Los buceadores fueron capaces incluso de reflotar la nave, después de 113 días de trabajos submarinos.
COMMENTARIOS