Hay cosas que no pueden esperar... (Emergencia medica a bordo) “Le están dando éter” empezó a susurrarse en la cámara de torpedos de popa. “...
Hay cosas que no pueden esperar... (Emergencia medica a bordo) “Le están dando éter” empezó a susurrarse en la cámara de torpedos de popa. “Ya sé esta quedando dormido. Lo tienen todo preparado para abrirlo”
Un marinero se asomo. “Procura mantenerlo horizontal Jake” le dijo el encargado de los timones de inmersión a proa. “Acaban de cortarlo; ya se lo están buscando”.
Los que “buscaban” se apiñaban en torno de una mesa, con los brazos muy enfundados en unos piyamas puestos al revés. Lo único que se podía atisbar de sus rostros enmascarados era la ansiosa expresión de los ojos. Y lo que buscaban era nada menos que el apéndice, en mala hora inflamado, de Dean Rector, el hidrofonista de a bordo. La víspera había cumplido diecinueve años. Y como para festejar la fecha, se le había declarado un dolor agudo e insoportable.
En un instrumento parecido a un gran reloj podía verse la profundidad a que se hallaban los del submarino. Por sobre sus cabezas, en las aguas enemigas, pasaban y tornaban a pasar, haciendo hervidora estela con sus hélices rechinantes, los cazatorpederos japoneses.
En miles de millas a la redonda no había que pensar en un medico de la Armada. ¿ Que hacer? Para evitar que el apéndice se reventara, no quedaba mas remedio que operar a Rector.
Tenían que operarlo ellos mismos, sus compañeros de trabajo y peligro, los propios tripulantes del submarino. Y, en efecto, se dispusieron a ello.
Llevo la cuchilla, como se dice entre los del oficio, Wheeler B. Lipes, sargento sanitario de veintitrés años, que había estado res en el Hospital de Marina de Filadelfia. Allí tuvo a su cargo un cardiógrafo. Una o dos veces por mera curiosidad, vio a los cirujanos del hospital en la faena de extraer un apéndice.
La anestesia ofrecía su pizca de dificultad. Bajo la superficie, la presión que hay en el interior de un submarino es superior a la atmosférica. De ahí que se absorba mayor cantidad de éter.
Los cirujanos a la fuerza no sabían cuanto iba a durar la operación, ni si habría éter bastante para mantener la anestesia hasta el final.
Escogieron la mesa de la cámara de oficiales, cámara que en los submarinos tienen las dimensiones de un saloncito de choche dormitorio. A un lado y otro hay bancos adosados a la pared. La mesa ocupa toda la cámara. Hay que entrar con las piernas ya dobladas en actitud de sentarse. La mesa tenia el largo estrictamente preciso para que el operador no le colgaran los pies.
No creo que se haya realizado jamas una intervención quirúrgica más democrática que aquella. Todo el mundo, desde el oficial de derrota hasta el cocinero, desempeñó a conciencia el papel que se le señalo.
El cocinero suministro la mascara del éter: un colador de té invertido, cubierto de gasa. El cirujano tuvo por ayudantes a oficiales que le aventajaban en edad y en jerarquía. El anestesista fue el Teniente Franz Hoskins, oficial de transmisiones.
Antes de llevar a Rector a la sala de operaciones, el Comandante del Submarino, Teniente W. B. Ferall, de Pittsburg, quiso que Lipes le hablase.
- Mira, Dean – le dijo Lipes – yo no he hecho nunca una operación...
Ahora bien, es mi deber advertirte que, si no te operamos, eres hombre al agua de todos modos... ¿ Qué dices?.
Comprendido Doctor – contesto el muchacho – Ábrame cuando quiera.
Era la primera vez en su vida que Lipes se oía llamar Doctor.
El operador y sus ayudantes se pusieron las caretas de gasa. Los mecánicos le ataron bien los pijamas al revés. El instrumental distaba mucho de ser el mas apropiado para una operación de cirugía mayor. El bisturí, por ejemplo, no tenia mango. Pero los submarinistas son gente fértil en recursos y muy avezada a toda suerte de remiendos e improvisaciones.
En el botiquín había unos cuantos hemostatos – esas pinzas que se emplean para obturar los vasos sanguíneos – y el primer maquinista hizo de uno, un mango para el bisturí.
Molieron unas pastillas de sulfanilamida para usarlas como antiséptico. Pero ¿cómo mantener separados los bordes de la herida una vez practicada la incisión ¿ Donde estaban los retractores que los cirujanos empleaban con ese objeto?. Se busco y se rebusco en el botiquín. No había allí nada que ni remotamente pudiera servir para el caso. Se apelo entonces al arsenal de la cocina ¿ De quien fue la luminosa idea? Nunca se supo, pero lo cierto es que alguien se presento con unas cucharas dobladas en ángulo recto, que sirvieron de retractores.
¿ Y para esterilizar? Ahí estaban los torpedos para algo mas que para salir silbando de los tubos como mensajeros de muerte y exterminio. Se extrajo alcohol del mecanismo de explosión de uno de ellos. Se puso a hervir, además, una buena olla de agua.
Llego el momento de la operación. Rector, intensamente pálido, se acostó en la mesa. Metieron unos guantes de goma en el alcohol del torpedo. Se los pusieron al cirujano. Le quedaban muy largos. Las puntas de los dedos le colgaban un poco. Uno de los participantes no pudo menos que decirle: “Te pareces al Ratón Mickey”. Lipes esbozo detrás de su mascara una mueca que quería ser una sonrisa. Miro a sus ayudantes. Hizo una ligera inclinación de cabeza. Hoskins cubrió la cara de Rector con la mascara.
El cirujano, valiéndose del antiguo procedimiento manual de medida, apoyo el dedo meñique en el ombligo de Rector, y el pulgar en la espina ilíaca antero-superior. Donde vino a quedar el índice, allí estaba el punto – que los cirujanos llaman de McBurney – en que había que hacer la incisión.
Junto a Lipes estaba su primer ayudante, el Teniente Norwell Ward, cuya misión consistiría en ir poniendo las cucharas que hacían de retractores a medida que Lipes iba incidiendo los planos musculares. Al Teniente Charles S. Maning, le asignaron el papel de lo que se conoce en las salas de operaciones con el nombre de “enfermera de salón”. Tenia que ocuparse de los paquetes de apósitos esterilizados y de que se trajese a tiempo de la cocina el alcohol de los torpedos y el agua hervida. El Comandante Feral se encargo de la “contabilidad”. Tenia que llevar cuenta fiel de las esponjillas de gasa y las cucharas que le fueran poniendo a Rector.
Veinte mortales minutos tardo Lipes en dar con el apéndice.
- Ya he explorado todo el lado del ciego
- Se le oyó murmurar -. Voy a explorar el otro lado
A guisa de boletín medico, un rosario de murmullos trasmitía los detalles de la operación a la cámara de motores y a los alojamientos de la dotación. “El doctor ha explorado ya un lado de no sé que y dice que va revisar ahora el otro lado”
Tras nuevas pesquisas farfulló Lipes: - Creo que lo tengo... Esta escondido detrás del ciego.
A partir de ese instante, la vida de su compañero estaba en sus manos - ¡ Un para de esponjillas mas!
“Dos esponjillas de gasa a las 14:45 hs.” anoto escrupulosamente el Comandante en su cuadernillo.
“Mas linternas... ¡Otra lampara! – ordeno Lipes. La cara del operador empezó a contraerse.
- ¡Mas éter!! – dispuso el doctor.
Hoskins parecía contrariado. Estaba acabándose el éter. Hubo que empapar de nuevo la gasa. El personal operante empezó a sentirse ligeramente mareado por las emanaciones del anestésico. Por fin, el cirujano hizo seña de que le alcanzaran la aguja ya enhebrada con catgut previamente tratado con ácido cromico para facilitar la reabsorción en veinte días.
Uno tras otro, fue extrayendo los pedazos de gasa. Una por una, fueron reapareciendo las dobladas cucharas. El Comandante tocó a Lipes en el hombro y apunto con el dedo en el cuadernillo; faltaba una cuchara. Lipes introdujo de nuevo la mano en la encisión, retiro la cuchara y cerro definitivamente la herida. Corto el hilo con una tijerilla de uñas. En aquel preciso instante caía sobre la mascara de anestesia la ultima gota de la ultima lata de éter.
Trasladaron a Rector a una litera. Al cabo de media hora abrió los ojos y exclamo: “Estoy todavía allá abajo”
Dos horas y media tardaron los cirujanos en realizar una operación que suele llevarse a cabo en cuarenta y cinco minutos.
Bueno... tengan en cuenta que no se trataba de uno de esos apéndices de “llegue, vi, corte” – apuntaba después Lipes como escusandose por la insólita tardanza.
A los tres días estaban ya Rector atendiendo sus hidrófonos como sí tal cosa. Y allá, en una botella entre el vaivén, empezaba a arrugarse y a empalidecer, pese a su histórica y singular gloria, el primer apéndice extirpado por la mano del hombre bajo aguas infectadas de enemigos.
FOTO:En una mesa de operaciones improvisada en el USS SILVERSIDES (en inmersión) se lleva a cabo una apendicectomía de emergencia a uno de sus tripulantes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, a bordo de los submarinos americanos se realizarían 11 operaciones de este tipo
AUTOR: Roberto M Paz (investigacion y recopilacion)
FUENTE: The Chicago Delly News” – George Waller, Premio por el reportaje más notable - 1943
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