Los-Tracker-y-La-Capacidad-Aeronaval-Antisubmarina-Peruana
A partir de interesante y detallado trabajo de investigación del aviador naval e historiador Carlos Cueva Arévalo, sumado a otros valiosos datos y testimonios de la época, nos podemos aproximar a la consolidación del arma aérea antisubmarina desde la perspectiva peruana.
Principalmente, de un vector conocido en América del Sur, como fue el avión de guerra Grumman S-2 Tracker, que fue operado por Argentina, Brasil, Uruguay y Perú, quien lo tuvo en número total de doce ejemplares en las versiones E y G.
Estos y otros sistemas contribuyeron a incrementar las capacidades de detección de la Aviación Naval peruana, pero también a perfeccionar las tácticas de evasión de los submarinistas peruanos, que hoy están considerados entre los más capaces del continente.
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El emblema del Escuadrón Aeronaval No. 12, la casa de los Tracker peruanos. |
El escenario internacional
En un contexto mundial de Guerra Fría, el Perú de la década de 1970 era parte del esfuerzo de defensa hemisférica estadounidense en el Pacífico sudamericano ante una potencial amenaza soviética, especialmente en el mar.
Por ello, una vez al año, se ejercitaba en los operativos conjuntos UNITAS, Fase Pacífico, con la flota norteamericana, con énfasis en guerra submarina y antisubmarina.
Y como es natural, también se monitoreaban los esfuerzos de modernización y desarrollo militar de los vecinos, especialmente de Chile y Ecuador, países con los que por esos tiempos las relaciones eran difíciles.
Al respecto, la Armada Chilena ya poseía capacidad submarina con el Thomson (ex USS Springer) y el Simpson (ex USS Spot) de la clase estadounidense Balao, construidos a partir de 1943 para combatir contra el Japón durante la Segunda Guerra Mundial, y transferidos de segundo uso en 1961.
La Marina de Guerra ecuatoriana, por su parte, carecía de este tipo de arma, aunque sus líderes mostraban firme interés por incorporarla, e incluso se sabía que habían hecho consultas técnicas a fabricantes europeos.
Frente a ello, desde 1970 el entonces Servicio de Aviación Naval peruano contaba con tres helicópteros SA 316B Alouette III franceses construidos Sud Aviation/Aérospatiale, con alta eficiencia en vuelo de baja altura.
Su misión era buscar y descubrir, a través de su sistema detector de anomalías magnéticas (MAD), alguna presencia no autorizada bajo el mar, y luego dispararle torpedos antisubmarinos ligeros Mk 44 mod 1 de factura americana.
Este dispositivo parecía suficiente, hasta que en 1971 se tuvo información sobre la compra, por parte de Chile, de dos modernas unidades clase Oberon, las que efectivamente arribaron, una en 1976 (el O'Brien) y la otra en 1977 (el Hyatt).
De origen británico y construidas en el astillero Scott Lithgow (Escocia), significaron gran adelanto al escenario sudamericano, al incorporar, entre otras innovaciones, sonares de muy largo alcance, sistema de control de fuego, contramedidas electrónicas, un snorkel muy eficiente y poseer gran autonomía.
Ecuador también reportó novedades: en marzo de 1974 contrató al astillero alemán Howaldswerke para la construcción en su astillero de Kiel del primero de dos submarinos clase U-209/1300 (el Shyri), recibido en 1978.
Estos dos hechos, que fueron conocidos con la debida antelación, sumaron mucho a la hora de tomar la decisión de incrementar las capacidades de combate de la Aviación Naval.
Llegan los rastreadores
Luego de consultas, en 1973 el alto mando toma la decisión de ordenar la compra de nueve Grumman S-2E Tracker (“rastreador”), un monoplano bimotor de ala alta empleado por la US Navy desde 1954.
La aeronave aportó novedosas prestaciones para la época, como mayor capacidad de búsqueda, moderno sistema de armas y más de 2.200 kilogramos de explosivos lanzables desde su bodega interna o puntos duros en las alas, más combustible para extender el alcance y duración de las misiones, y un interior más confortable para las tripulaciones.
El piloto naval Carlos Cueva Arévalo, en su libro “Cóndores del Mar, Historia de la Aviación Naval Peruana”, detalla que la comisión de adquisición (inspección de aeronaves para su envío al país), designada por Resolución Suprema No. 173 del 19 de abril de 1974, estuvo conformada por el Capitán de Navío Tulio Chiappe Guerra (jefe), el Capitán de Corbeta Carlos Castro Pareja, los Tenientes Primeros Atilio Escobar Zamalloa y Víctor Ramos Ormeño, el Teniente Segundo ingeniero Jorge Dianderas Prieto y el ingeniero Georg Buse León.
Por cierto, el Tracker, versión S-2A, ya era utilizado en la región: desde 1960 por Argentina en su Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina y desde 1961 por Brasil en su 1º Grupo de Aviação Embarcada.
Respecto a la preparación de las nuevas tripulaciones, citamos al Capitán de Navío (en retiro) Ricardo Covarrubias Trigoso, en su testimonio publicado en el Boletín Marítimo del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú:
“Corría octubre de 1974 en Buenos Aires, Argentina, y estaba cursando los últimos meses del Curso de Aplicación para Aviadores Navales, cuando recibí una comunicación del capitán de fragata Tulio Chiappe Guerra, segundo comandante de Aviación Naval, quien con alegría avisaba que se había concretado la adquisición a la Marina Norteamericana de nueve aviones antisubmarinos Tracker S-2E; e indicaba que me presente a la Agregaduría Naval del Perú, que estaba coordinando para que en la Embajada Americana rindiera un examen de conocimiento de inglés, de cuyos resultados dependería si viajaba a Estados Unidos a unirme a la Comisión para recibir y trasladar los aviones al Perú”.
En adición a lo anterior, se tuvo éxito en las gestiones para que Argentina extendiera la beca de estudios a los aviadores navales peruanos, incluyendo la instrucción primaria en el Tracker.
Así, después de un curso intensivo teórico de cuatro semanas, el 17 de febrero de 1975 en la Base Aeronaval Comandante Espora (Bahía Blanca), Covarrubias Trigoso hizo su primer vuelo de 1,6 horas de instrucción, para luego completar 50,9 horas entre vuelo diurno, nocturno e instrumental, y 117 aterrizajes.
Mientras tanto, en la Base Aérea de Tucson, Arizona, la delegación técnica peruana seleccionaba los aparatos del stock almacenado allí, en tanto las otras tripulaciones iniciaban su curso de inglés de 30 días en San Antonio (Texas).
Tras una semana de clases teóricas, empezaron los vuelos desde Naval Air Station (NAS) Corpus Christi (Texas); al que siguió el curso avanzado de guerra antisubmarina aérea y oceanografía en NAS Cecil Field, Jacksonville (Florida).
El libro “Cóndores del Mar, Historia de la Aviación Naval Peruana” detalla que cada piloto hizo 65 horas de vuelo de instrucción en promedio, más ocho horas en nocturno, ocho horas en instrumental y 50 aterrizajes.
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El AA-547 aguarda en la pista de NAS Jacksonville (Florida), Estados Unidos. |
También entrenaron en el navegador táctico ASN-30, lanzaron bombas MK-25 y cohetes de 2.75, de día y de noche, quedando listos para el retorno a la patria con los primeros Naval AA-540, Naval AA-541 y Naval AA-542.
La partida fue en diciembre de 1974 desde Tucson, siguiendo la ruta Jacksonville, Nassau, Grand Turk, San Juan de Puerto Rico, Santa Lucía (Granada), Caracas, Cartagena, Cali, Talara y Lima.
Tres aviones más se hicieron al aire en junio del año siguiente: Naval AA-543, Naval AA-544 y Naval AA-545; mientras que el último viaje, también de tres aparatos (Naval AA-546, 547 y 548), fue en diciembre.
Esta última travesía tuvo una vivencia especial, cuando el AA-546 no pudo aterrizar en Buenaventura (Colombia) debido a que el AA-547 sufrió el reventón de dos llantas al forzar los frenos para detenerse casi al límite de la pista mojada por la intensa lluvia, bloqueando el aeropuerto.
El AA-546 descartó Tumaco, cerrado por mal clima, y casi sin combustible aterrizó en Esmeraldas (Ecuador), donde no había sido autorizado, donde permaneció por tres días con custodia militar, pero sin ser molestados.
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Ya en el Perú, años después se les pintó este diseño boca de tiburón en la proa. |
La embajada peruana consiguió el combustible y el avión despegó para, horas después, cruzar la frontera y arribar a la Base Aérea de Chiclayo (Lambayeque), reencontrándose con sus preocupados compañeros.
Finalmente, a las 8 de la mañana del martes 24 de diciembre de 1974, todos los Tracker enrumbaron a Lima en su vuelo de presentación oficial, dándose por cumplida la misión.
Con los nueve S-2E en el país, la Armada conformó inmediatamente el Escuadrón Aeronaval No. 12 con sede en la Base Aeronaval del Callao, rampa sur del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez.
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Seis de los nueve Tracker, aparecen formados en la Base Aeronaval del Callao. |
Nace el EA-12
Luciendo en el fuselaje las escarapelas roja y blanca de la Aviación Naval peruana sobre el esquema de color gris/blanco típico de la US Navy, los S-2E empezaron a volar sobre el hoy conocido como “Mar de Grau”, aportando desde el inicio una importante capacidad en misiones a profundidad.
Su incorporación también significó un mejor entrenamiento de las dotaciones de las diferentes unidades de superficie de la Flota de Mar, puesto que las unidades submarinas tenían que esmerarse porque en los ejercicios operacionales ya había una plataforma que las hostigaba, a la cual no la podían detectar o atacar, y que ésta, contrariamente, tenía la posibilidad de detectar y atacar a las unidades submarinas, escribe el Capitán de Navío (en retiro) Luis Alfaro Garfias.
En su artículo ¿Qué significaron los aviones Tracker para la Marina de Guerra del Perú?, en la publicación Aviso a los Navegantes, de la Asociación de ex Cadetes Navales (noviembre de 2013), afirma que:
“Para la Fuerza de Superficie, estos aviones, proporcionaron mayor libertad de acción y rápidamente se convirtieron en parte del sistema de armas de los buques en lo que a guerra antisubmarina y antisuperficie se refiere. Esto demandó un mayor entrenamiento de sus dotaciones para ejercer el control aéreo adecuado a fin de obtener la máxima performance y apoyo de estas importantes plataformas aérea”.
En esto jugó mucho la posibilidad de interoperar con las cuatro unidades tipo S (Electric Boat) de la experimentada Fuerza de Submarinos, aumentando de esa manera la exigencia del entrenamiento con beneficios mutuos.
Mayor reto fueron los recién llegados U-209/1100 de Howaldtswerke-Deutsche Werft, que según el libro “Fuerza de Submarinos, 100 Años: 1911-2011”, del Capitán de Fragata (r) Jorge Ortiz Sotelo, se incorporaron entre 1974 y 1975.
Con los nombres de BAP Islay y BAP Arica, innovaron el escenario con sus sensores electrónicos de largo alcance, mayor autonomía y, especialmente, un diseño ideal para el mayor sigilo y baja probabilidad de detección.
Para “enfrentarlos”, el EA-12 dispuso del sistema de búsqueda acústica AN/AQA-3 ‘Jezabel’ (sonar pasivo) y de alcance de eco ‘Julie’ (sonar activo), junto a sus 32 sonoboyas, que animaron más este juego del gato y el ratón.
Tal como refiere el autor Cueva Arévalo, se inició un periodo de modernización en la organización, incluyendo la incorporación de aeronaves de diversas prestaciones, como entrenamiento, transporte, exploración, entre otros.
Con la compra de los helicópteros Augusta Sikorksky ASH-3D a Italia en 1977, surge la posibilidad de integrarlos a los Tracker en operaciones cazador – matador, fortaleciendo paulatinamente las capacidades de combate contra blancos bajo el mar.
Ese mismo año, Argentina le pidió al Perú devolver el favor y adiestrar a sus tripulaciones y personal de mantenimiento, pues acababa de comprar el modelo S-2E para reemplazar sus ya veteranos S-2A.
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Tres Tracker procedentes del mar (Costa Verde) sobrevuelan el Puente Villena, distrito de Miraflores, Lima. |
Misiones de guerra
Cuando estalló el conflicto con el Ecuador de enero de 1981, como parte del Grupo de Tarea Aeronaval, el bien entrenado EA-12 salió a buscar sus blancos, los U-209 del vecino país que intentaron atravesar la línea de frontera.
Los Tracker, que poseían nueve horas de autonomía y un alcance de 1.300 millas (más de 2.000 kilómetros), despegaron del Callao para operar primero desde el Grupo Aéreo No. 6 de la Fuerza Aérea del Perú (FAP) en la Base Aérea de Chiclayo; y posteriormente desde el Grupo Aéreo No. 11 en Talara (Piura), donde armaron su base de operaciones dos aeronaves.
“Los patrullajes diarios cuyo primer punto del patrón era la Isla Santa Clara, luego Punta Salinas y de allí hasta las 200 millas, proporcionaron la cobertura y continuidad deseada en las operaciones, lo que disuadió a los submarinos ecuatorianos para hacerse a la mar”, refiere Alfaro Garfias.
La primera vez que el Tracker lanzó un cohete con cabeza de guerra activada durante ese conflicto fue en un vuelo nocturno de búsqueda y destrucción frente al puerto petrolero propio de Talara, cuando la ciudad estaba en oscurecimiento total.
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Desde este ángulo se observa el reflector de búsqueda de gran intensidad, montado en el ala de estribor, y la escotilla de acceso a la cabina. |
“El fogonazo que vimos desde el avión, y también vieron desde tierra, fue espectacular. Cuando aterrizamos -en la base aérea- los pilotos FAP preguntaban qué tipo de misil habíamos lanzado”, recuerda. Fue un Zuni Mk-32 aire-superficie de 127mm.
El fin de las hostilidades no resultó en la paralización de las operaciones, que por prevención se mantuvieron hasta 1982, año en el que tuvo lugar un ejercicio antisubmarino en línea de frontera, la zona de operaciones en caso de reactivarse el conflicto.
El ejercicio consistía en que cada uno de los dos submarinos peruanos involucrados ingresaba a un área de 60x60 millas, áreas colindantes cuyo centro estaba distanciado 60 millas entre ambas, y hacían un recorrido paralelo, cada uno en cada área y con uno de los dos Tracker misionados, sobrevolando con tres sonoboyas sembradas, formando un triángulo equilátero, para determinar alcances y performances del ‘Jezebel’.
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Primer plano del Tracker AA-548, donde se aprecia uno de los dos motores radial Wright R-1820-82WA. |
“Después de las pruebas de comunicaciones iniciamos los dos eventos en forma paralela y todo se desarrollaba con normalidad, hasta que los sensoristas a cargo del ‘Jezebel’ informaron a los pilotos que detectaban por momentos a los dos submarinos. Con los gráficos de los ejercicios paralelos y los registros en papel que grabó el ‘Jezebel’ nos quedó la duda de lo que realmente había sucedido. No podíamos dar crédito a alcances de más de 60 millas, porque esa era la distancia a la cual se encontraban los submarinos. Días después fuimos a la Dirección de Hidrografía y Navegación para consultar, pero nadie daba explicación lógica. La respuesta la encontramos en base a la exhaustiva investigación sobre este hecho, lo que permitió adecuar las tácticas de estos aviones. A partir de este momento, le decíamos a los OCE cómo se deberían emplear los Tracker, en forma más eficiente.
A partir de esa experiencia, y con la compra de tres ejemplares más modernos (modelo S-2G), el uso de los Tracker fue hasta 200 millas delante del convoy, como un eficiente escudo protector antisubmarino de la Fuerza de Superficie en profundidad.
Estos aviones llegaron con los equipos AN/AGA-7 DIFAR de procesamiento de señales acústicas del mismo tipo de los más modernos Lockheed P-3 Orion, en un vuelo Saint Agustine-Nassau-San José de Puerto Rico-Isla Martinica-Puerto Cabello-Cartagena-Cali-Talara-Lima.
Otra muestra de uso eficiente del sistema se hizo en 1986, durante el arribo de unidades invitadas a los 75 años de la Fuerza de Submarinos, cuando un Tracker detectó un submarino chileno a más de 15 millas al sur, dos horas antes del cruce de frontera, sorprendiendo a su dotación, que lanzó su zafarrancho, registrado en la grabación de las comunicaciones.
Todo esto pasó a la historia con la llegada del año 1992 y la agudización de la fuerte crisis económica que afectaba al Perú, escenario en el que se decide desactivar los Tracker, que hacía meses no volaban.
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El armamento de los Tracker era variado, destacando el torpedo ligero antisubmarino Mk 44 mod 1. |
De esta manera se dijo adiós a un sistema de arma aérea antisubmarina muy completo y eficaz, que revolucionó a la Aviación Naval antisubmarina peruana, y que hasta la fecha no ha sido reemplazado en su real dimensión.
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Por Lewis Mejía para elSnorkel.com
Licenciado en Comunicación Social Lewis Mejía Prada, corresponsal de la revista Tecnología Militar (Grupo Monch) y Jefe de Redacción de la revista Perú Defensa & Seguridad, escribe desde hace 25 años sobre temas militares.
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