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La increíble historia del fotógrafo de los submarinos que se salvó del hundimiento del Pacocha

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Juan Ulloa Osorio, además de sobreviviente del BAP Pacocha, es autor de buena parte de las fotos de los submarinos peruanos de los últimos años.

Foto: Lewis Mejía

Sus trabajos están por todos lados, ilustrando los momentos de la Fuerza de Submarinos en afiches dentro de la base naval del Callao, en las propias unidades, y en publicaciones de la Marina de Guerra del Perú vistas aquí y en el extranjero.

Hoy, ya en la situación militar de retiro, sigue fotografiando. Y recordando aquellos momentos perennizados través de miles de fotografías y negativos de su rico archivo que todavía tiene que ordenar.

Pero Juan Ulloa Osorio guarda un secreto: fue tripulante del BAP Pacocha, estuvo a bordo el día del accidente con el pesquero japonés, y escapó con las justas del hundimiento que acabó con la vida de varios de sus compañeros.


De la sierra a la costa

La cosa empezó en serio con la hoy legendaria cámara fotográfica marca Zenith, modelo ET, fabricada en Moscú, que compró por 15 dólares a un tripulante de la flota pesquera soviética que bajaba a descansar en el Callao.

Metálica, grande, pesada y con un buen lente de rosca Helios-44M 2 de 58 mm, era muy superior a la Kodak Pocket de bolsillo de sus primeras tomas en el mar, que una vez prestó a un colega quien jamás se la devolvió.

Antes de eso, había dejado su Carhuaz natal, en la región andina de Ancash, para ir al Centro de Entrenamiento Técnico Naval (CITEN), donde se forjan los suboficiales de la Armada Peruana.

“Entré a los 17 años siguiendo el ejemplo de un tío, sumándome a los 450 alumnos de la promoción 1980-A. Poco después pasé al grupo de 30 chicos que iba a especializarse en máquinas de submarinos”, recuerda.

Al segundo año le recibió la Escuela de Submarinos, iniciando su calificación en el BAP Abtao (SS-42), clase Sierra de la Electric Boat Company, botado en 1951 en Groton, Connecticut, Estados Unidos.

Aprendió a la antigua, con el método de navegar y navegar, la exigencia de dibujar a mano cada componente para nunca olvidarse, y los consejos de los veteranos motoristas que lo sabían todo.

Ya graduado, se convirtió en tripulante del BAP Pacocha, clase Balao (Guppy 1-A), de 110 metros de eslora y dos salas de máquinas con motores de pistones opuestos, donde con la Kodak empezó a fotografiar escenas cotidianas.

Una tarea encomendada, por ejemplo, fue hacer tomas al manómetro de los tubos de disparo de torpedos, para comprobar el nivel de presión de aire necesario para impulsarlos.

“No sé a quién se le ocurrió, pero cada vez que había un disparo de entrenamiento me llamaban para registrarlo. Era raro que un motorista fuera también fotógrafo, pero con esa práctica fui ganando experiencia”, recuerda.

Para perfeccionarse, compraba revistas de fotografía en las ferias de libros viejos del centro de Lima, y cuando pudo se metió al curso de la Dirección de Armas Navales sobre revelado en blanco y negro.

Con la nueva Zenith en sus manos, las fotos en papel empezaron a multiplicarse, y no solo de operativos, también de ceremonias, reuniones y de retratos a los jefes de la Fuerza, que lo empezaron a llamar.

Una vida bajo el mar

Un día típico en la vida de Ulloa era llegar al servicio a las 7 y 15 de la mañana, luego de dos horas de viaje en bus pues vivía en el distrito de San Juan de Lurigancho, el más alejado, extenso y populoso de Lima Metropolitana.

Luego de formar y oír las órdenes del día, iba a sala de máquinas a verificar su normal funcionamiento, revisar la carga de baterías y pasar datos del estado de los tanques de lastre al oficial de guardia.

Con eso se realizan cálculos para sumergirse con seguridad. Calcular mal es crítico, una vez en el norte casi se van de proa al fondo por un error. Felizmente, la serenidad y la experiencia salvaron la situación.

Aunque el único afectado fue el cocinero, quien tuvo que volver a preparar los alimentos pues por el brusco movimiento de la nave toda la cena ya preparada se le tiró por el piso.

Ulloa fue aprendiendo que en esta profesión había que tener temple. En otra ocasión un tapón se desprendió liberando un chorro de agua a presión que causó temor a los recién llegados. Pero no pasó de un susto.

Por cierto, cada tripulante debe estar preparado para todo. Inclusive, para cocinar, empezando por saber dónde se guardan los víveres, cómo se enciende la cocina eléctrica...

La noche fatal

Agosto siempre ha sido el mes más agitado en su vida profesional, porque coincide con el día del submarinista peruano, una fecha llena de celebraciones y actos protocolares que le ocupan hasta muy tarde.

Y también porque el día 26 recuerda el momento en el que estuvo a punto de perder la vida en lo que se denomina un “accidente de trabajo”, cuando el SS Pacocha resultó impactado por el pesquero japonés Kiowa Maru. 

Fue en 1988, cayó viernes. La unidad se alistaba para otro de los ejercicios UNITAS, y todo iba bien. El simulacro terminó con una recarga a profundidad y como a las 5 de la tarde se inició el retorno al puerto.

Ulloa había estado de guardia en sala de máquinas, así que después de almorzar en el enorme comedor para 24 sillas en el que se turnaban los más de 80 tripulantes, se fue a descansar un rato.

“Me recosté en mi cama pues el submarino era amplio, tenía hasta mi propio casillero. Eran como las 6 de la tarde, cuando de pronto, todo se estremeció con un ruido tremendo y sonó la alarma de colisión”, recuerda.

Esto no es un ejercicio, todos a sus puestos. Corrió a su sala de máquinas donde su compañero, Juan Huamán Murguía, estaba apagando el sistema de propulsión y asegurando las válvulas interiores y exteriores.

Se reportó inundación en la zona de controles, además de incendio por corto circuito. Y se fue la energía eléctrica. Llegó la orden de dejar todo e ir a proa para escapar por la escotilla principal.

“Pasen los chalecos de flotación, gritaban desde afuera. Iba a salir pero me regresé a la zona de torpedos y saqué varios salvavidas, y por eso fui de los últimos en evacuar. Detrás de mí casi se queda atrapado en la escotilla un oficial de mar. Al final salimos 22”.

En la oscuridad vio cómo el submarino rápidamente se hundía desde popa. Nadó en el agua helada, alejándose rápido de la que había sido su casa por 8 años, buscando ansiosamente las luces de los edificios del Callao. Estaban lejos.

Un compañero sin chaleco, Chávarry, se le acercó desesperado, lo agarró para no hundirse, y nadaron juntos hasta agruparse con otros náufragos. Pasó de largo un buque sin escucharlos, a pesar de los gritos de auxilio. La situación era grave.

Luego de dos horas tratando de flotar, de casualidad llegó una lancha fletera que hacía servicio de “taxi” entre el muelle y los cargueros anclados en la bahía, y empezó el rescate. Los primeros auxilios los recibieron en el propio buque japonés.

A la comandancia general

Después del accidente y acaso para distraerlo de la terrible experiencia, se le ordenó pasar a la Lancha Auxiliar de Rescate de Torpedos BAP San Lorenzo (ART-322), donde se quedó doce años a cargo de las máquinas.

Es en esta etapa en la que fortalece sus capacidades de fotografiar las actividades operativas de la Fuerza, especialmente en los ejercicios UNITAS y otros más a los que acudía siempre.

Sus fotos, ya impresas a todo color, ampliadas a gran tamaño, empezaron a lucirse en las paredes de las oficinas, salones de estudios, y en los propios submarinos, con orgullo.

Especialmente de los U-209, donde más de mil veces estuvo realizando su trabajo en superficie y acompañándolos hasta el fondo del mar, así como en sus espectaculares “rendez vouz” con otras unidades.

Y ya con las sucesivas cámaras de la marca Nikon que se compró, y la moderna tecnología digital, la vieja Zenith de rollo quedó como un preciado recuerdo de esos primeros años de aventura.

Sus últimos años en la institución los pasó como fotógrafo del Comandante General, lo que le permitió conocer lugares y tener acceso a los espacios más exclusivos. Y a donde nunca pensó entrar cuando ingresó a la carrera naval.

“Aprendí mucho en la Marina, y mucho más en los submarinos, donde se forja una sólida camaradería. Y se practica el verdadero trabajo en equipo, porque a bordo sabemos que el riesgo de uno es el de todos”, puntualiza. 


Fuente / Autor
Lewis Mejía para elSnorkel.com Licenciado en Comunicación Social Lewis Mejía Prada, corresponsal de la revista Tecnología Militar (Grupo Monch) y Jefe de Redacción de la revista Perú Defensa & Seguridad, escribe desde hace 25 años sobre temas militares


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