El día en que Italia declaró la guerra a Inglaterra y Francía, me encontraba embarcado sobre el crucero "Pola", en calidad de oficial de máquinas.
Un apasionante relato de submarinos italianos , contado por sus protagonistas.
El día en que Italia declaró la guerra a Inglaterra y Francía, me encontraba embarcado sobre el crucero "Pola", en calidad de oficial de máquinas.
En los primeros días de guerra, la escuadra italiana se mantuvo a la expectativa, acogida al refugio de sus bases.Durante ese período, en el Mediterráneo hubo sólo una serie de operaciones aisladas a cargo de cruceros y destructores, empezándose a registrar los primeros choques de importancia entre la flota italiana y la inglesa en julio de 1940.
El "Pola", que se perdió en Matapán, entró en contacto con el enemigo un buen número de veces, y yo, a bordo del mismo, participé en las batallas navales de Punta Stilo y Punta Teulada.
Más tarde, fui trasladado al destructor "Scirocco", que, junto con otras unidades, fué utilizado para escoltar los convoyes que salieron de los puertos italianos, rumbo a Africa.
Mi mayor aspiración no era prestar servicio en unidades de superficie, sino en submarinos, y, justamente, para que esto fuera posible, había frecuentado un curso de la Escuela de Submarinistas de la Marina de Guerra. Después de haber pasado unos cuantos meses en unidades de superficie, por fin un día recibí la orden de trasladarme a la "Betasom", o sea, la Base de Submarinos Italianos en Burdeos, para embarcarme en un submarino y participar en varias misiones de ataque, cuyos objetivos eran los convoyes aliados provenientes de Gibraltar, Sudáfrica y Norteamérica.
En 1941 y durante ¡os primeros seis meses de 1942, la mayor parte de los submarinos de la Base de Burdeos, realizó ataques contra convoyes, mientras que sólo un reducido número de ellos operó en zonas lejanas, a la caza de buques aislados.
En este período, las pérdidas de los aliados fueron muy importantes, porque ellos no protegieron suficientemente sus convoyes de los ataques de los submarinos Italo-germanos.
La situación cambió a partir de la mitad de 1942.
Desde esta fecha nos fué casi imposible atacar con éxito los convoyes, pues éstos navegaron escoltados por preponderantes fuerzas aeronavales, dotadas de los medios más modernos para una efectiva lucha antisubmarina.
Desde esta fecha nos fué casi imposible atacar con éxito los convoyes, pues éstos navegaron escoltados por preponderantes fuerzas aeronavales, dotadas de los medios más modernos para una efectiva lucha antisubmarina.
Muchos submarinos, que fueron a atacar convoyes señalados por las unidades de reconocimiento de la Marina, no regresaron a la base. En la "Betasom" cundió la alarma.
Las pérdidas se volvían cada vez más impresionantes. ¿Cómo localizaba y hundía el enemigo tan fácilmente los submarinos?
Nosotros no sabíamos que los aliados habían empezado a utilizar en su lucha contra los submarinos un prodigioso aparato, que descubría siempre inexorablemente al submarino: el radar.
La oscuridad ya no nos protegía del enemigo, ni nos ayudaba durante los ataques. Éramos fáciles víctimas de un enemigo que nos veía y nos atacaba en las tinieblas, sin que pudiésemos defendernos, careciendo en absoluto de algo que nos avisase de la cercanía del peligro.
Uno de nuestros peores enemigos, en esta lucha que se libró, casi siempre, en la oscuridad de la noche, fué, sin duda alguna, el "Sunderland".Este hidroavión tetramotor acechaba al submarino, flotando inmóvil silencioso sobre la superficie del mar, en las zonas donde fuera más probable que emergiese, para recargar las baterías. Al recibir por el radar la señal de la presencia de un submarino en las cercanías y su exacta posición, se elevaba inmediatamente para ir a descarearle unos golpes mortales que, sin fallar, producían su hundimiento.
La rapidez con que té efectuaba el ataque no le permitía defenderse al submarino, ni le proporcionaba el tiempo suficiente para lanzar un mensaje, el último y el más trágico de todos: el de su muerte.
En 1943, empezamos a instalar a bordo de nuestras unidades el "Metox".Este aparato nos señalaba el enemigo desde el momento de su aparición en el horizonte, y nos permitía efectuar una rápida inmersión.Gracias al "Metox", a los 50 segundos estábamos a diez metros de profundidad.
A pesar de eso, no volvimos a recibir orden de atacar a los convoyes. Las únicas misiones que seguimos realizando fueron lejos de la Base, contra buques aislados. Nos dirigíamos a zonas preestablecidas por los Comandos, y allí, navegando al mínimo de velocidad, esperábamos los buques enemigos.
Se podía abandonar la zona en cuanto no quedase sino el combustible para regresar a la base.A veces, por una serie de ataques efectuados, el combustible no alcanzaba para el retorno, y entonces nos poníamos en contacto con las "vacas", o sea, los submarinos tanqueros, para que nos reabastecieran.
Las maniobras en alta mar para recibir el combustible ponían a dura prueba la habilidad de la tripulación.Para evitar eso, y poder efectuar misiones de hasta 60 días, los Comandos decidieron que el submarino se hiciera a la mar con más combustible, para lo cual se utilizaron los tanques centrales de doble casco, que servían, como los de proa y popa, para la inmersión.El submarino aumentó su radio de acción y perdió reserva de flotabilidad, lo que era peligroso, puesto que, en caso de emergencia, mediante aire comprimido, en un momento se podía expulsar de los tanques centrales el combustible. Luego de una misión de 60 días, los tripulantes llegaban a la base muy desgastados físicamente y el submarino necesitaba por lo menos un mes de reparaciones y revisiones para entrar de nuevo en servicio.
En vista de eso, en abril de 1943 se suspendió casi por completo toda misión de ataque, y se decidió emplear el submarino de combate, oportunamente transformado, como unidad de transporte. Estaba empezando a hacer mucha falta a la industria bélica materia prima, que se podía conseguir sólo en Extremo Oriente.El submarino se encargó de ir a buscarla.
El primer submarino que los Comandos italo-germanos escogieron para eso, fué el italiano "Cappellini", de 1.100 toneladas de desplazamiento en inmersión .A mí se me destinó a aquella unidad.
Colocamos el "Cappellini" en dique seco y le quitamos todos los torpedos; tapamos las bocas exteriores de los lanzatorpedos y construirnos, en los compartimientos de extremo popa y proa, unos estantes de Vigas para colocar la carga. Llevadas a cabo todas las modificaciones y revisada la unidad, la tripulación, reducida al mínimo indispensable de 25 hombres, se preparó para la operación de abastecimiento.
Teníamos que llegar hasta Singapur. Calculamos la duración del viaje en 70 días aproximadamente .
Pensábamos navegar a una velocidad de crucero, en superficie, la mayor parte del tiempo, y en inmersión sólo en las zonas controladas por el enemigo.
Se necesitaba para eso una cantidad considerable de combustible.No nos quedaba más remedio que llenar los tanques de proa y popa, también colocados en el doble casco, además de los del centro. Llenando casi todos los tanques que servían durante la inmersión para proporcionar un justo asiento longitudinal al submarino, la reserva de flotabilidad bajaba de un 50 % original a un 15 %. Al tropezar con una mar bastante movida, hubiésemos tenido que vaciar los tanques y renunciar al viaje
El agua potable representaba un verdadero problema.No teníamos otros tanques que los de dotación, cuya capacidad era relativa, tomando en cuenta la duración de la travesía.Puesto que no era absolutamente posible embarcar una cantidad mayor de agua, convinimos que, durante el viaje, ésta podía utilizarse única y exclusivamente para quitarse la sed.
En cuanto a los víveres, nos preocupamos mucho menos, pues estaba comprobado que la tripulación, a los quince días de navegación, consume la cuarta parte de su ración normal diaria.
Todos los víveres que nos hablan mandado eran enlatados, incluso el mismo pan. Este excelente producto alemán era el alimento más apreciado por los submarinistas, que sabían perfectamente cómo prepararlo: se cogía el pote, se calentaba un poco, se abría y se sacaba un pan fresquísimo, tan bueno como el que acabase de salió del horno. Llegaron unas cajas selladas con la orden de entregarlas en Singapur a las autoridades japonesas; contenían mercurio, municiones, armas modernas y planes estratégicos. En Singapur, los japoneses debían entregarnos caucho, zinc, quinina, opio y otras drogas preciosas que nos hacían falta para la guerra. Por fin salimos a la mar.Efectuamos felizmente unas maniobras de inmersión y partimos rumbo a Singapur. Pasamos por el golfo de Vizcaya navegando casi constantemente en inmersión.Tres días empleamos para atravesar aquella zona controladísima por los aviones y los submarinos enemigos. Sólo durante la noche subimos a la superficie para recargar las baterías, durante cuatro horas, tiempo suficiente para eso.Fueron en total doce horas, que pusieron a dura prueba los nervios de todos nosotros...
En imnersión navegamos a tres nudos, y las baterías tardaron 24 horas en descargarse.
Pudimos navegar. a diez nudos, pero no lo hicimos por la sencilla razón de que a la hora exacta hubiéramos tenido que emerger para recargar las baterías.
Desde el golfo de Vizcaya hasta la Isla de la Ascensión, la mar fué muy tranquila, y, por lo tanto, no tuvimos que expulsar el combustible.
Navegamos siempre a 500 millas de la costa.Para la seguridad del submarino, el servicio de guardia en cubierta tenia que ser de lo más eficiente. Unos grupos de cuatro vigías y un oficial observador se turnaban cada dos horas en cubierta.Si uno de los vigías consideraba no encontrarse en perfectas condiciones para seguir observando eficientemente, si era posible, se le relevaba inmediatamente; de lo contrario, tenía que continuar en su puesto, para lo cual se le hacia tomar simpatina. Estos hombres, que dentro de su especialización, eran de los mejores de la Flota submarina italiana, cumplieron maravillosamente con su deber, nos salvaron reiteradas veces de ser atacados por el enemigo.
Ellos sabían que si nos descubría un avión de reconocimiento aliado, estábamos perdidos, puesto que daría aviso de inmediato a todas las unidades aeronavales de las bases más cercanas para que salieran a darnos caza.
La navegación en el Atlántico se efectuó, día y noche, casi constantemente en superficie.Solamente en zonas muy peligrosas, como las de Gibraltar, Cabo Verde e isla de La Ascensión, navegamos en inmersión durante el día.
La tripulación, como habíamos previsto, empezó a comer muy poco.La comida era siempre la misma y no apetecía. Nos daban unas vitaminas para que las tomáramos, pero su sabor era tan desagradable, que muchos de nosotros las botaban a escondidas. El elemento más precioso a bordo era el agua.Estaba terminantemente prohibido usarla para lavarse; por eso todos estábamos horriblemente sucios. Nuestro aspecto era terrible. Las largas barbas nos servían para disimular la espesa capa de suciedad que nos recubría la cara.
Algunos de los tripulantes se puede decir que pasaron casi 70 días bajo cubierta, sin subir jamás para llenarse los pulmones de aire fresco y puro. Leíamos siempre con suma atención los boletines que aparecían cada 24 horas, para enterarnos de las existencias de combustible, agua y aceite.Estos boletines eran ocasión de comentarios, que tenían casi siempre un idéntico argumento: la probabilidad de llegar a la meta. Hasta el Cabo de Buena Esperanza la suerte nos favoreció.La mar se mantuvo continuamente tranquila y no se verificó, aparte de las rápidas inmersiones que efectuamos por la presencia del enemigo, nada que pudiese preocuparnos.
Habiamos consumido ya una buena cantidad de combustible y el submarino tenía una mayor reserva de flotabüidad.
Al llegar al Cabo, la situación sufrió un cambio, volviéndose, desgraciadamente, de sumo peligro para nosotros. De repente, en aquella zona, de aguas casi nunca tranquilas, la mar se enfureció.La visibilidad se hizo muy escasa. Imponentes olas empezaron a sacudir el submarino, que se balanceaba y cabeceaba violentamente. Tuvimos que seguir navegando en superficie, pues no fué posible alejarse de aquella zona tempestuosa en inmersión a causa de las fuertes corrientes submarinas.
Los diez días que empleamos para doblar el Cabo fueron para nosotros un infierno.
La lucha que entablamos contra la furia de los elementos fué sobrehumana.Constantemente nosotros, los oficiales, tuvimos que animar a la tripulación, temiendo que aflojase en el cumplimiento de su deber ante aquella terrible demostración que nos brindó la Naturaleza de su potencia inconmensurable. Afortunadamente los hombres dieron prueba del más alto espíritu.
Si para nosotros, que estábamos encerrados abajo, este período fue durísimo, para aquellos que tuvieron que prestar servicio en cubierta fué espantoso.
El Cabo se encontraba en una zona minuciosamente controlada por el enemigo y teníamos que estar alerta como nunca. Al fin entramos en el Océano Indico.
No teníamos enfermos a bordo, pero todos estábamos agotados, demacrados y pálidos, y con signos evidentes de falta de vitaminas.A veces la boca se nos llenaba de sangre, que brotaba copiosamente de las encías hinchadísimas Pusimos proa rumbo a Sabang, Sumatra.
Este puerto era ocupado por los japoneses, y como nos fué posible, tratamos de establecer contacto con ellos mediante la radio.
La navegación del Cabo de Buena Esperanza hasta Sabang se desarrolló en la mayor tranquilidad. Calculamos que, navegando a una velocidad de 10 nudos, el combustible de que disponíamos alcanzaría para llegar.
De todas maneras, el problema del combustible no nos preocupó, pues sabíamos que por aquellas zonas operaban los submarinos tanqueros japoneses.
A 50 millas de Sabang, las llamadas por radio fueron contestadas en el acto, y a dos horas de navegación de la meta, avistamos un buque japonés de guerra que nos venia al encuentro.
Tras este buque guía, a través de la ruta de seguridad, llegamos a Sabang. Entramos al puerto y nos preparamos para atracar.En los muelles vimos muchos oficiales japoneses y alemanes que, al parecer, esperaban ansiosamente nuestra llegada.Estos, en cuanto el submarino terminó la mabiobra, subieron a bordo.Nos saludaron, felicitándonos calurosamente.
Habíamos sido los primeros en realizar una empresa considerada por muchos imposible.El nuestro era el primer submarino de mínimo desplazamiento, en la historia naval, que había emprendido y llevado a cabo tan largo viaje. Unos hombres, por orden de los oficiales japoneses, subieron unas cestas de fruta. ¡Miramos aquello como si fuera algo celestial, un don divino!
Luego de dos meses y diez días de comida enlatada, vitaminas de sabor pésimo, simpatina y de escasez de agua, finalmente pudimos paladear algo fresco y sabroso.
El día siguiente, zarpamos para Singapur.Nos escoltaron unidades de guerra de la Marina Japónesa, y por eso fué reducido el servicio de guardia,y permitimos a los hombres dedicarse a su aseo personal, cosa que debla de mantenerlos muy ocupados aún en Singapur. En Singapur finalizó nuestra odisea. La voluntad y el altísimo espíritu de la tripulación, junto con la excelente preparación y la experiencia de la misma, hicieron que se realizara con éxito la empresa.
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