La colisión había dejado al submarino con una leve inclinación vertical, y una tripulación absolutamente conmocionada.
El 15 de octubre de 1915 un sumergible peruano vivió uno de las más escalofriantes experiencias de la de por sí riesgosa actividad submarinista: la colisión contra un navío anclado frente al puerto del Callao.
A inicios del siglo XX la Marina de Guerra del Perú (MGP) avanzaba en su recuperación tras el desastre de la Guerra del Pacífico de 1879. Recordemos que concluido el conflicto con Chile se adquirieron pequeños transportes, como el Vilcanota (1884) y el Perú (1885), a bordo del cual volvió a funciones la Escuela Naval.
En 1888 llegó el crucero Lima, construido en secreto en Alemania en 1880 pero retenido en Inglaterra hasta el fin de la crisis. Luego se incorporaron los cargueros Iquitos, Chalaco, Santa Rosa y Constitución, surgiendo a la vez un movimiento popular que a través de donativos impulsó al gobierno a decidir la construcción en Gran Bretaña de dos cruceros tipo Scout, llamados Almirante Grau y Coronel Bolognesi.
En tanto, en 1904 se había contratado una Misión Naval francesa cuyos resultados fueron muy positivos. Su obvia influencia en el sector Defensa propicia la compra en Francia (1910) de los sumergibles Teniente Ferré y Teniente Palacios, primeros de su tipo en Sudamérica, y el cazatorpedero Teniente Rodríguez.
El Ferré y el Palacios
La historia naval acredita que el primer sumergible peruano fue concebido por el ingeniero alemán Federico Blume Othon en 1866 y construido en Piura en 1879. La nave probó su navegabilidad bajo el mar varias veces –operando con un sistema de propulsión combinado de máquina a vapor, acción humana y aire comprimido-. Pero no tuvo la oportunidad de entrar en combate. Tras la caída de Lima en enero de 1881 fue hundido por sus tripulantes para evitar su captura.
Treinta años después, el 19 de agosto del año 1911, se recibe en los astilleros franceses Scheneider du Chalons, Sur Saone, los sumergibles Ferré y Palacios. Estos nombres evocan a Diego Ferré Sosa y Enrique Palacios Mendiburu, oficiales de Marina que sirvieron a bordo del monitor Huáscar y que junto con su comandante Miguel Grau murieron en el combate naval de Angamos el 8 de octubre de 1879.
Luego de su entrega oficial y de la ceremonia de afirmado del pabellón rojo y blanco, las naves fueron embarcadas en el navío Kanguroo y traídos al Callao bajo los cuidados del Teniente Primero AP Juan Althaus Dartnell y la asesoría técnica del ingeniero mecánico Ángel Tellería Gandolfo. Ambos buques eran del tipo tipo Labeuf, y tenían un desplazamiento de 300 y 400 toneladas, respectivamente.
Contaban con un tubo lanzatorpedos en proa, motores diesel Schneider Carels con una potencia nominal de 400 y 200 H.P. para cada unidad, velocidad doce y nueve nudos en superficie, y siete y cinco nudos en inmersión, y un radio de acción teórico de dos mil millas a diez nudos.
Su dotación era de 19 hombres, encargados de manejar estos ingenios concebidos principalmente para la defensa de puertos y ataques costeros. Ambas naves tuvieron un desempeño regular hasta el 28 de setiembre de 1921, cuando fueron desactivadas por envejecimiento de las baterías y falta de repuestos.
Existen pocos datos sobre el accionar de estos primeros sumergibles. Pero es indudable que cada uno resultó una magnífica forja de los futuros submarinistas peruanos, y favoreció, años después, la formación de la Escuela de Submarinos donde se han formado muchos marinos latinoamericanos.
Pero más allá de esos datos, poco se sabe, por ejemplo, del serio peligro de colapso que corrió el Ferré la brumosa mañana del 15 de octubre de 1915, cuando tras zarpar de la Base Naval del Callao en misión de entrenamiento y maniobrar bajo las aguas se encontró con la quilla de un buque carguero de origen alemán.
Un encuentro inesperado
Revisando mis archivos encontré un viejo suplemento especial que con motivo del aniversario de la Marina de Guerra del Perú publicó el diario El Comercio de Lima, el 8 de octubre de 1971.
En sus amarillentas páginas con fotos en blanco y negro se puede apreciar una serie de artículos sobre el quehacer de los marinos de la época, es decir cuando imperaba el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del General EP Juan Velasco Alvarado.
Diversas notas sobre el Servicio Industrial de la Marina , la gesta de Grau en Angamos, los primeros buques de la Patria , entre otros, se sucedían sin mayor expectativa. Pero nada anunciaba el pequeño tesoro histórico que esta publicación sencilla y austera guardaba en sus últimas carillas.
Se trata de una entrevista al ingeniero mecánico David Maurer Von Hagen, Capitán de Corbeta en retiro en ese momento, con 82 años de edad pero todavía lúcido y entero. Este caballero fue el primer ingeniero naval propiamente dicho de la nueva etapa de la Armada Peruana , y uno de los últimos sobrevivientes de la tripulación que vivió el susto de su vida en el mar del Callao.
En principio, Maurer recordó que el Comando de Submarinos de la época estilaba ordenar que los dos sumergibles realizaran cada cierto tiempo una serie de evoluciones frente a la rada del puerto chalaco como parte del programa de instrucción. Era una navegación con ejercicios y zafarrancho de combate que finalizaba antes de almorzar.
Vivir para contarlo
El entrevistado rememora que temprano de ese día inolvidable recibió la llamada de su jefe, el Teniente Primero AP César Valdivieso Castro, quien le preguntó si todo estaba listo a bordo del Ferré para zarpar. "En mi condición de primer ingeniero mecánico de la nave tenía bajo mi cuidado los motores diesel", reseña el veterano lobo de mar.
Eran los años de la Primera Guerra Mundial que asolaba Europa, y por consiguiente escaseaban los repuestos y accesorios para naves de combate, especialmente los acumuladores eléctricos de origen francés. Esta situación obligaba a mando peruano a ser cuidadoso en el despliegue de sus unidades para evitar un desgaste innecesario de las máquinas y sistemas.
Recibida la orden de zarpe, y revisados todos los procedimientos, la nave empezó a moverse. Maurer Von Hagen señala que en ese momento la tripulación era de 22 personas, es decir llevaba tres hombres más que de costumbre.
El ambiente era de absoluta normalidad. La bahía del Callao es de aguas tranquilas, pero muy frías. Además, la zona presenta generalmente un escenario brumoso en las primeras horas, que reduce la visión de los vigías a pocas millas.
Pero pronto el Ferré navegaba tranquilamente y a media máquina por entre un grupo de silenciosos buques mercantes. Había varios de matrícula alemana, inmovilizados desde principios del conflicto europeo por decisión de las autoridades de Lima. Allí estaba por ejemplo el Omega, un barco germano de cuatro palos, abandonado por su tripulación desde el año anterior.
Después de un largo recorrido el Comandante Valdivieso ordenó parar motores diesel y pasar a la propulsión por generadores eléctricos alimentados a baterías. Acto seguido llegó una segunda orden, y de inmediato se puso en marcha el procedimiento regular para navegar en inmersión, cerrándose herméticamente todas las escotillas y compartimientos de la nave.
"Al abrirse las válvulas el sumergible se inclinó levemente, mientras se escuchaba el susurro del agua a través de la superestructura, el lento girar de la hélice y el rumor de las olas, lo que denominamos ruido de fondo", continuó Maurer, que a la fecha de esa misión tenía 25 años de edad y un lustro perteneciendo a la Marina tras culminar sus estudios profesionales en Suiza.
Minutos después, teniendo al carguero Omega prácticamente enfrente, el Comandante indicó a los timoneles alcanzar mayor profundidad. Sin embargo, los motores no respondieron con la suficiente agilidad por la poca energía que les proporcionaban los ya desgastados acumuladores, y el descenso fue excesivamente lento.
El silencio era absoluto en esos momentos, con todos los tripulantes atentos y ubicados en sus puestos de maniobra, esperando recibir las nuevas órdenes de navegación.
De improviso se percibió un tremendo impacto en la proa, acompañado de un ruido terrible que semejaba un terremoto y el estremecimiento de toda la estructura. En ese instante se cortó la electricidad y el sumergible quedó en tinieblas.
¡Que nadie toque nada!
Pedazos de metal, tubos, planchas y cables del piso del compartimiento de máquinas se desprendieron por la fuerza del golpe, cayendo sobre el desprevenido personal ubicado en popa. Algunos marinos resultaron lastimados por el impacto, y se escucharon quejidos de dolor.
La colisión había dejado a la nave con una leve inclinación vertical, y una tripulación absolutamente conmocionada. Maurer recuerda: "Hubo un mutismo total, todos pensando que había llegado el fin, la hora de las tinieblas eternas de nuestras almas, y sin poder prevenir a los nuestros. Se nos hiela la sangre, la respiración se hace entrecortada y nos quedamos petrificados sin poder movernos del sitio, escuchando el burbujear del agua que penetraba al interior de la nave…".
En eso surgió una potente voz que con energía ordenó: ¡Que nadie toque nada y todos a sus puestos!
Era el Comandante Valdivieso, quien se había recuperado de la natural impresión y ahora reafirmaba su control sobre el buque herido.
Los tripulantes también reaccionaron, tropezando con los objetos caídos para pese a la profunda oscuridad alcanzan sus puestos de maniobra. El ingeniero mecánico David Maurer Von Hagen dejó a un lado sus temores y se lanzó a ubicar los interruptores eléctricos. Pero nada: las palancas que activaban la fuerza habían saltado de sus puntos de sujeción a quién sabía dónde.
Mientras sus manos buscan a tientas las benditas piezas que se hallan entreveradas en el piso cubierto de herramientas y trastes rotos, el tripulante advirtió para sus adentros que si tenía éxito y retornaba la electricidad todos podrían considerarse salvados… Pero también sabía que en caso contrario, la muerte los esperaría el silencioso y frío fondo del mar peruano.
Los motores eléctricos responden
Afortunadamente volvió la iluminación de emergencia y con ella el alma al cuerpo de muchos marinos atrapados en las entrañas del sumergible de origen francés. Rápidamente se ordenó drenar los tanques de lastre activando las bombas centrífugas. Mientras tanto el Comandante lanzó una serie de órdenes, indicando a los timoneles ir un poco más al fondo para evitar otro choque.
Minutos después la nave se dispuso a emerger. Pero lo iba a hacer a ciegas pues el periscopio estaba destrozado. Lo logró con esfuerzo, pero ya a flote surgió otro inconveniente: nadie podía escapar pues las escotillas estaban aplastadas por los fierros retorcidos de los barandales, con parte de la torreta de mando y los mástiles y periscopios doblados sobre la cubierta.
Se hicieron denodados esfuerzos hasta lograr abrir una vía de evacuación, lo que permitió a la tripulación salir tambaleante pero esperanzada, para observar los impresionantes destrozos en cubierta. Para el ingeniero mecánico de esta historia el lugar parecía víctima del impacto de una bomba de profundidad.
Desde lo lejos se aproximó una lancha a todo motor. Era el auxilio enviado por el Capitán del transporte Chalaco, de apellido Salaverry, que por causalidad seguía las evoluciones del sumergible con un catalejo, y al observarlo emerger con los daños expuestos se dio cuenta del accidente.
Afortunadamente se comprobó que el Ferré podía recuperar la navegación, y sin mayores inconvenientes se inició el retorno a la Base Naval del Callao. Minutos después la nave hizo su ingreso al fondeadero de sumergibles ante la mirada atónita de los numerosos marinos allí congregados tras conocerse la noticia. Luego de acoderar en el muelle y amarrar el Comandante ordena la formación de todo el personal, a quienes dirigió una mirada, uno por uno, para después pronunciar las siguientes palabras, según recuerda Maurer:
"Tripulación. Habéis sido serenos y habéis obedecido mis órdenes en esta trágica maniobra. Les agradezco mis bravos muchachos. Rompan filas".
Al día siguiente muy temprano se iniciaron los trabajos de reparación de la noble unidad de combate.
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Periodista , Capitán del Cuerpo General de Bomberos Voluntarios del Perú
Fotos: Archivo Histórico de la Marina de Guerra del Perú
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