Debajo de las aguas del Atlántico Sur se libró, durante el conflicto de 1982, una batalla invisible y desigual de la que hasta ahora no se c...
{mosimage}Las dos operaciones submarinas entre dos fuerzas disímiles, separada por un abismo tecnológico y militar. La Argentina estuvo, no obstante, cerca de comprometer el desarrollo de la operación británica en el Atlántico sur. La precariedad instrumental les jugó en contra.
A comienzos de 1982, la fuerza submarina de la Armada Argentina se encontraba en una etapa de transición, con un inventario mas bien modesto: solo cuatro unidades. Dos de ellas eran veteranos sumergibles del tipo GUPPY, de origen norteamericano, construido a fines de la segunda guerra mundial y transferidos a la Argentina en 1971: el ARA Santiago del Estero, que había agotado su vida útil y esperaba pacientemente el fin de sus días en el calor de algún horno de fundición, y su gemelo, el ARA Santa Fe, aún en servicio, pero atravesaba dificultades casi análogas.
Para entonces, y como reemplazo de estas unidades, se estaban construyendo en Alemania Federal modernos submarinos tipo TR-1700, mientras que en el país se inauguraba oficialmente el "ASTILLERO DOMECQ GARCIA", una enorme planta modelo pensada para construir localmente (nunca lo haría) varias unidades más de este tipo. La primera unidad tenia que ser entregada en 1984 (demasiado tarde).
Dos contra todos
La respuesta argentina a la real armada británica, que dentro de la OTAN tenia un rol específico en la guerra antisubmarina, quedaría entonces a cargo de los sumergibles convencionales tipo 209 ARA San Luis y ARA Salta, incorporados a la flota ocho años antes del enfrentamiento.
La participación del Salta tuvo la duración de un suspiro. Antes del intento de recuperación de las islas Malvinas había estado en talleres.
La versión oficial de su rápida desafectación da cuenta de que, durante las pruebas realizadas por este submarino en aguas del Golfo Nuevo, bajo el mando del Capitán de Fragata Manuel O. Rivero, fue registrada una inusual generación de ruido, circunstancia que lo hacia fácilmente detectable a los sonares enemigos. Se adujo que el problema no podía ser solucionado antes de que finalizaran las acciones bélicas.
De esta manera, solo quedaron en pie un submarino moderno el San Luis y un veterano el Santa Fe. A pesar de que inicialmente el San Luis evidenció complicaciones técnicas en unos de sus motores diesel, su comandante, el Capitán de Fragata Fernando M. Azcueta, se encontraría en condiciones aceptables de zarpar.
Las penurias del Santa Fe
El viejo Santa Fe zarpó de la base Naval Mar del Plata el 27 de marzo del 82´. llevaba a bordo la Unidad de Tareas 40.1.4, compuesta por 13 buzos tácticos. Su misión original era la captura del faro San Felipe en Cabo Pembroke (en Malvinas), y la demarcación de la playa de desembarco para los vehículos anfibios que participarían de la operación Rosario, el 2 de abril.
Durante la noche del 31, por el periscopio del submarino se observaron las luces encendidas de Puerto Argentino. De pronto, el equipo de comunicaciones enmudeció. Hubo que perder tiempo arreglándolo. A las 1:53 del 2 de abril llegó la confirmación desde el continente: deberían seguir con la operación. Media hora después se lanzaban al mar los botes de goma, llevando a los buzos a la costa.
El 12 de abril, el San Luis recibía la orden de zarpar hacia el norte de las islas, pero fuera de las zonas de exclusión total de 200 millas que había dispuesto Gran Bretaña en torno del archipiélago.
Al regresar el Santa Fe a su apostadero habitual, su comandante, el Capitán de Corbeta Horacio Bacain, recibió la orden de alistarse para una patrulla que duraría 60 días, a cuyo efecto embarcaría suficiente combustible, comida y armas.
Debido a la antigüedad del sistema de control de tiro del submarino, los torpedos solo serían efectivos sobre blancos ubicados a menos de 2000 yardas. Como misión inicial de su patrulla, el submarino debía transportar 20 infantes de marina para reforzar la guarnición en Georgias del Sur.
Zarparon la noche del 16 de abril, bajo condiciones extremadamente precarias.
Apenas salió del puerto de Mar del Plata, en el Santa Fe se manifestaron varios desperfectos técnicos.
Y todavía quedaba por delante un recorrido de casi 1500 millas.
Días después, la fuerza de tareas británica emprendía su travesía hacia el teatro de operaciones desde la isla Ascensión, una base norteamericana en el Atlántico Sur (mitad de camino entre Gran Bretaña y Las Malvinas).
El grupo de buques, incluidos los portaaviones Hermes e Invincible, entró rápidamente en estado de alerta antisubmarina debido al avistamiento de supuestos periscopios en las proximidades, que fueron seguidos de varios contactos de sonar. Entre sus tripulaciones cundió el nerviosismo.
Dos misiones
El 23 de abril, el Santa Fe fue informado desde el continente sobre la presencia de buques enemigos. Pese a la proximidad de los británicos, el Capitán Bicain aún tenia restringido el uso de sus torpedos para el caso de ser atacado. Difícilmente tenia posibilidad de maniobrar para poder disparar eficazmente su armamento si era detectado. Y el submarino nuclear HMS Conqueror, estaba en el área dispuesto a consumar su destrucción.
Tras burlar el bloqueo ingles, en la oscuridad de la noche de la jornada siguiente el Santa Fe emergió frente a la Bahía Cumberland y comenzó el desembarco en Grytviken (Is. Georgias) de los hombres y abastecimiento de refuerzo.
Cerca de la madrugada, cuando la tarea había sido completada, zarpó navegando en superficie para ganar velocidad y alejarse. Llevaba una segunda misión mas importante y ultrasecreta: atacar la línea de reabastecimiento británica entre Ascensión y la fuerza de tareas, en aguas de Las Malvinas. El plan era esconderse en las innumerables Caletas de las Georgias de Sur y efectuar las reparaciones que fueran necesarias, además de recargar sus baterías.
Blanco de tiro
Entre las nubes bajas y la neblina matinal que rodeaban las islas, apareció de pronto, un helicóptero proveniente de la fragata HMS Antrim que avistó al Santa Fe.
En unos segundos el submarino se vio asediado por otros cuatro helicópteros que le dispararon un torpedo, dos cargas de profundidad y cuatro misiles, además de ráfagas de ametralladoras.
Como toda defensa, su tripulación, desde la vela del submarino, respondió a los ataques con unos viejos rifles que tenia a bordo.
La lluvia de plomo caída sobre el Santa Fe provocó daños en su casco que lo obligaron a regresar a Grytviken, donde horas mas tarde se produjo la rendición de la guarnición Argentina. Durante el combate, un misil que atravesó horizontalmente la vela, sin explotar, le amputó una pierna a uno de los marinos Argentinos.
Luego de atacar, y aprovechando la distracción de los británicos por un incidente que les había costado la vida al suboficial Felix Artuso, tripulantes del submarino lograron burlar la guardia y abrieron disimuladamente válvulas y escotillas de la nave, provocando su hundimiento. No solo el Santa Fe quedo inutilizable sino que también el muelle.
El Santiago del Estero, una virtual chatarra, fue secretamente sacado a remolque de la Base de Mar del Plata y trasladado hacia Puerto Belgrano. La maniobra buscaba confundir a la inteligencia británica, que lo creería en operaciones. Y, efectivamente, aunque el viejo submarino no podía moverse, creyeron durante el conflicto que estaba operando en patrulla de alta mar , lo cual los obligo a mantener constante vigilancia y desvío de recursos bélicos.
La perdida de el Santa Fe dejaba a la fuerza de submarinos, bajo el mando del Capitán de Navío Eulogio Moya Latrubesse, con solo una unidad operativa: el San Luis, que el 29 de abril recibió la noticia de que se habían las reglas de enfrentamiento. Quedaba autorizado a disparar libremente sus torpedos en las zonas de patrulla al norte de las islas, pero dentro de la zona de exclusión.
El almirante ingles Sandy Woodward, comandante de las fuerzas navales para la Operación Corporate, había desplegado el 1 de mayo un grupo de tres buques y helicópteros antisubmarinos cerca del área designada para el submarino argentino, después de asumir como valido un informe brindado por la inteligencia británica, que había interceptado y descifrado el mensaje dirigido desde Mar del Plata al comandante del San Luis.
Eran las 22:05 hs cuando, a unas 10000 yardas del blanco escogido y optima posición del disparo, el Capitán Azcueta dispuso el lanzamiento del moderno torpedo SST-4 FILOGUIADO.
Fueron 3 interminables minutos durante los cuales se aguardo el sonido de la explosión, pero esta no llego.
El cable que unía al torpedo se había cortado.
Los ingleses detectaron la aproximación del torpedo y se lanzaron furiosamente sobre el San Luis, la cacería duraría más de 20 hs, pero no fue infructuosa.
Mas adelante, cerca de las 19 hs del 8 de mayo, tuvo lugar un nuevo contacto. Esta vez no era en la superficie.
En las pantallas de la sala de control del San Luis se observo un desplazamiento inteligente debajo del agua a una velocidad de 6 a 8 nudos, y a una distancia cerca de 3000 yardas.
Resultaba difícil la identificación del barco. Igual se disparo un torpedo Mk37 antisubmarino.
Transcurrieron 12 interminables minutos hasta que se escucho una explosión. No existen confirmaciones publicas de las consecuencias de este lanzamiento. Tal vez, el torpedo dio contra una desafortunada ballena. Tal vez, contra un submarino británico.
Una nueva decepción
Como parte de los nuevos desembarcos británicos en las islas el almirante Woodward ordeno a la fragata Alacrity que recorriese, la noche del 10 de mayo, de sur a norte y en toda su longitud del estrecho de San Carlos, que separaba las islas Soledad y Gran Malvina. Debía descubrir si sus aguas estaban minadas y si existían defensas costeras que pudieran comprometer las operaciones. El comandante de esta fragata , Capitán Chris Craig, estaba convencido que se dirigía a una misión suicida. No fue así.
Durante su silenciosa y tensa travesía, detecto un barco de superficie. Ordeno preparar el cañón de 4.5 pulgadas y luego de algunos minutos efectuó una serie de disparos, haciendo desaparecer el contacto de sus pantallas. Había hundido al transporte naval argentino Isla de los Estados, cuya misión era restablecer de pertrechos a las guarniciones militares argentinas. Perdido el secreto de su misión, el Capitán Craig ordeno poner máxima potencia a sus motores para salir del estrecho y alcanzar a toda velocidad la seguridad de aguas abiertas, donde, además, lo esperaba otro barco británico.
En la boca del estrecho estaba el San Luis, al que se le apareció, como caída del cielo, la oportunidad (sin saberlo) de vengar al Isla de los Estados.
Las condiciones de ataque parecían inmejorables para el submarino argentino.
De los dos blancos, la fragata y el Alacrity, escogió a este, que estaba ubicado ente el submarino y la costa.
Luego de preparar manualmente la información para el lanzamiento (la computadora seguía fuera de servicio), decidió lanzar dos torpedos SST-4 a una distancia de 5000 yardas.
Era la 01:30 del 11 de mayo. Uno de los torpedos no salió del tubo y el otro volvió a sufrir el corte del cable de guiado después de dos minutos y medio del lanzamiento. Poco después, sin embargo, registró una explosión lejana. Posiblemente contra una roca del fondo del mar.
La velocidad que llevaban las fragatas británicas impedían al Capitán Azcueta intentar un nuevo lanzamiento. No comprendía que pasaba con sus torpedos. Informo a su base sobre el ultimo ataque y, dos días mas tarde, sin posibilidad de solucionar los percances, recibió la orden de regresar a Mar del Plata. No volvería a combatir.
Temor en pie
Así y todo, los británicos seguían temiendo a la amenaza submarina argentina, por lo que tuvieron un inmenso despliegue de medios y armamento antisubmarino hasta el fin del conflicto.
De hecho, los conflictos 820, 824 y 826, de helicópteros antisubmarinos, registraron la mayor cantidad de horas de vuelo de todas las aeronaves que participaron en la guerra, operando desde los dos portaaviones y desde otros buques adaptados con cubiertas de vuelo. Durante mayo, Gran Bretaña mantuvo en el aire constantemente a no menos de cuatro helicópteros antisubmarinos.
Tal era el extremo de la preocupación que, según recientes revelaciones periodísticas británicas, fueron enviados espías a los astilleros alemanes para comprobar el grado de avance en los submarinos TR-1700 que allí se construían para la Argentina.
A su vez, los submarinos nucleares británicos lograron efectivizar el factor de disuasión esperado de ellos a partir de un hecho clave en la guerra: el hundimiento del Crucero General Belgrano, el 2 de mayo, por parte del Conqueror.
Los submarinos ingleses cumplieron además misiones de patrullaje, de bloque y de pantalla de alerta aérea temprana, avisando a los buque de fuerza principal la aproximación de las aeronaves argentinas.
También infiltraron en las tropas espaciales para recoger información de inteligencia sobre las fuerzas argentinas apostadas allí. Esta misión fue realizada a fines de mayo con un submarino convencional, que resultaba mas adecuado para esas costas.
Pero las fuerzas navales británicas no las tuvieron todas consigo. El improvisto cambio de aguas de diferentes temperaturas y salinidad ocasionó serios problemas a los sonares y a sus operadores, circunstancia agravada por la poca profundidad de las aguas que rodean al archipiélago.
Ni la flota de superficie ni sus modernos submarinos nucleares sub-Killer estaban preparados para un escenario de esas características. Gracias a ello, el San Luis nunca se encontró bajo peligro importante, pese a operar dentro de la zona de exclusión. Esa fue su única ventaja dentro de una lucha marcadamente desigual.
La batalla del rumor mediático
La guerra de las Malvinas presenta una curiosa dualidad: de un lado puede observarse como la última conflagración del siglo pasado.
Una situación colonial en juego, el monopolio y la censura de la información, así como el intento de colocar una única racionalidad posible -la de la fuerza- por encima de las negociaciones diplomáticas, apuntalan esa mirada. Así lo cree la semióloga argentina Lucrecia Escudero. Pero, a la vez, precisa la investigadora, se trata de una guerra mediática por excelencia, totalmente "moderna", al desarrollarse lejos del teatro de operaciones de todos los actores.
Una guerra que para el gran público sólo adquirió visibilidad por medio de la imagen o la palabra.
Los contornos difuminados de un submarino quedan como constancia de la peculiar batalla informativa del otoño de 1982.
En su libro Malvinas: el gran relato. Fuentes y rumores en la información de guerra, Escudero recuerda que el 31 de marzo, dos días antes del desembarco argentino en las islas, Clarín publicó una noticia que parecía proceder de Londres: los ingleses habían enviado a aguas australes al submarino atómico Superb.
El Foreign Office se abstuvo de comentar la versión. La prensa argentina había concluido que se estaba frente a la filtración de noticias militares estrictamente reservadas. En vísperas del desembarco, el Superb, consignó ese diario, glosando agencias extranjeras, desplazaba 45.000 toneladas.
El 4 de abril, algunos medios europeos señalaron que el mismo sumergible estaba por zarpar hacia los mares del Sur a la cabeza de la Task Force. El 5 de abril, la agencia de prensa DAN (pool de agencias del ex bloque socialista) lo había avistado a 250 km del archipiélago. Un día más tarde, la Armada argentina verificó su presencia en la zona, junto con otro sumergible atómico, el Oracle.
El Superb también fue divisado por un piloto brasileño cerca de Florianópolis (Estado de Santa Catarina, al sur del Brasil), quien ofreció una prueba fútil: una foto ilegible.
La confusión no había llegado aún a su clímax: Le Monde habló de varios submarinos y el 12 de abril, Clarín anunciaba la llegada a la zona de sumergibles soviéticos.
Cuando la flota británica estaba realmente en los umbrales del teatro de operaciones, el Superb se esfumó de escena para darle lugar a los verdaderos buques y submarinos.
El 23 de abril, el Daily Record dijo que el Superb estaba fondeado en costas escocesas. Nunca se había ido de ese lugar.
Sólo en ese momento se reconoció en Buenos Aires que todo había sido un ardid.
Con la colaboración de todos
"¿Quién inventó el submarino? ¿Los servicios secretos británicos, para minar la moral de los argentinos? ¿Los comandos argentinos, para justificar su política agresiva? ¿A quién le había servido la difusión del rumor?", se preguntó Umberto Eco en el prefacio del libro de Escudero.
La manera en que creció la historia del Superb a partir de un rumor y "gracias a la colaboración de todos" despertó el interés del autor de La estructura ausente.
Cada uno aportó su grano de arena en la "construcción" del submarino.Así, según Eco, pudo demostrarse "cómo nos sentimos continuamente tentados a dar forma a la vida con el uso de esquemas narrativos". Un posible mundo mediático puede ser tan eficaz que puede llegar hasta modificar el curso del mundo "real".
Pero para que un relato circule como creíble, precisa Escudero, es necesario una suerte de acuerdo social. "En esto consiste el valor programático de la mentira a gran escala."
MAterial enviado por el tripulante Problemas7
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